La fiesta silenciosa maneja una moral dudosa. Primero y principal porque el director parece no decidir hacia dónde disparar la artillería de eventos que desencadena el desafortunado hecho que sufre la protagonista. Segundo, porque varias de las situaciones se resuelven tan fácilmente que suponemos es un film que solo sirve para provocarcomo esas películas que apelan a poner en duda al espectador como si eso fuese un mérito artístico y nada más. De cine poco y nada.
Jazmín Stuart interpreta a Laura, mujer de carácter hosco y medio caprichoso que está por casarse con Daniel, un tipo de buen corazón aunque medio zonzo. Ambos deciden celebrar el acontecimiento en la quinta del padre de la futura novia. El papá, interpretado por un Gerardo Romano medio sacado y casi caricaturesco, es un patriarca con todas las letras: cuida celosamente a su hija y anda por ahí practicando tiro al blanco con unas latas de cerveza. Las armas, se ve, le apasionan. Mientras vemos cómo la pareja, a un día de la boda, anda de disputa en disputa: ella no para de tomar alcohol, él parece demasiado pendiente de la organización del evento. No están en sintonía. Cuando ella quiere tener sexo con él, este se niega fatigoso y dubitativo. Esto desencadena un hecho bastante inverosímil (como muchas cosas en el film): Laura, medio ofendida, sale a caminar y llega a una quinta vecina donde se lleva a cabo una fiesta de veinteañeros bajo el loop de música electrónica moderna. Ahí se topa con un tipo que vio rato antes de entrar a la quinta de papá Romano y por el cual siente una enorme atracción sexual. Acá no hay drogas de por medio ni nada por el estilo para llevar a cabo el terrible hecho que se avecina. En medio del confuso acto sexual, Laura es arrebatada por manos celosas en medio de la oscuridad. Allí es violada por otro asistente de la fiesta mientras otros cómplices filman o ven el hecho. Luego Laura vuelve medio aturdida a la quinta de su padre. Tras la horrible confesión, este y Daniel salen de cacería. Lo que vendrá tendrá resultados desastrosos e inesperados.
La fiesta silenciosa es tan manipuladora, obvia y ambigua (¡¡¡ese final!!!) que podríamos tener dos teorías: primero, que lo que intenta es “molestar” al típico espectador retrógrado que piensa que la protagonista se merecía lo que le pasó por meterse donde no debía; segundo, que no tuvieron el valor para hacer un rape and revenge a la vieja escuela. Pura provocación vacua sin entender la sacra construcción de este subgénero maldito donde la carne, el sudor, la sangre y la fisicidad creaban una masa uniforme de violencia social y subversiva. El rape and revenge exhibía en su época dorada dos cuestiones importantes: la de llevar a la pantalla una verdad aterradora, siempre oculta tras la moral impuesta por la sociedad, y la de hacer catarsis justamente ante esa realidad. En los tiempos que vivimos, convulsionados por la violencia de género, éste subgénero calza perfecto para retratar los horrores cotidianos de nuestra sociedad. El problema es siempre el resultado, acá poco directo, poco claro.
Calculado milimétricamente en sus formalidades narrativas, cada hecho parece querer poner en jaque cuestiones morales pero jamás se la juega como para entender ideológicamente de qué va el asunto. Un ejemplo de esto (entre muchos otros) es el ridículo final y que el violador sea poco agraciado físicamente, a diferencia del pibe que el personaje de Jazmín Stuart seduce. Más jugado hubiese sido que el pibe carilindo sea el victimario, dando como resultado una lectura más interesante sobre los monstruos que llevamos dentro, por tirar una idea. Ni hablar de la construcción cronológica que supone la escena de violación, que disparará supuestas sorpresas o vueltas de tuerca a lo largo del relato. Esto supone algo muy simple: no creer en las bondades del relato clásico y conciso en pos de retorcer la historia innecesariamente para hacerla parecer más interesante. A veces funciona. Este no es el caso ya que las torpezas (los hilos ideológicos, las intencionadas jugarretas morales) son tan notorias que es imposible dejarlas pasar.Una de ellas es la supuesta “justicia” contra los cuatro pibes cómplices: dependiendo del grado de complicidad en el hecho se les da un castigo “apropiado”. Nada más cercano a correcciones políticas bienintencionadas de hoy en día que insisten en lo ideológico pero clausuran por completo el buen lenguaje cinematográfico. O al menos tirarse a la pileta y entregar una obra digna sin titubeos