SIN NADA QUE DECIR
Antes de su casamiento, una pareja (Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi) llega a una casa quinta que le pertenece al padre de ella (Gerardo Romano) y en donde se realizará la fiesta. Luego de un intento fallido por tener sexo con su novio, ella decide dar una vuelta para despejar su cabeza. Camina a través de unos árboles y da con una fiesta que están haciendo en una casa vecina. Luego de tomar un trago comienza a bailar con auriculares (una fiesta cool en donde todos los participantes tienen auriculares puestos y no se escucha la música hacia afuera), situación que da nombre al film: La fiesta silenciosa. La protagonista tiene un juego de seducción con uno de los invitados y comienza a tener sexo, a lo que se sumará otro joven que la terminará violando. Esto, que es la primera parte de la película, dará pie a una historia de violación y venganza que incluye al padre y al novio buscando a los violadores.
La película de Diego Fried tiene algunas acciones de los personajes que no son creíbles. El personaje de Stuart cae en esa fiesta y trago de por medio ya baila desaforadamente para seducir a uno de los jóvenes. El padre es el típico estereotipo de clase alta que le gustan las armas y va a cazar a los violadores. El novio es un tipo sin personalidad que no quiere involucrarse en la venganza por mano propia, pero cuando Stuart le dice que no tiene agallas para enfrentarlos tiene un cambio de actitud demasiado veloz. La fiesta silenciosa depende demasiado de estos clichés mal ensamblados.
Sin posibilidad de empatizar con los tres protagonistas, la película juega con el humor negro (el novio disparando y matando por error) como una forma de generar interés, pero en verdad no aporta nada nuevo a un subgénero con tradición como el de violación y venganza.