El día anterior a su fiesta de casamiento, una pareja se instala en la quinta donde el padre de ella (Gerardo Romano) está organizando los últimos preparativos antes de la boda.
Un poco por los nervios del evento, aunque seguramente también un poco por otros conflictos más antiguos y profundos que arrastra la pareja, ambos están un poco irascibles. Buscando algo de calma, Laura (Jazmín Stuart) se aleja de la propiedad y cruza hace una finca vecina, donde la atraen los tenues ruidos que originan un grupo de jóvenes bailando al aire libre con auriculares. Con curiosidad pero algo de reticencia, se acerca al grupo y el anfitrión la invita a participar de La Fiesta Silenciosa que organizó con sus amigos.
Poder bailar y beber con libertad lejos de su familia parece ser lo que Laura necesita para liberar sus tensiones, pero no espera que una noche de diversión tome un giro trágico. La simple aventura se convierte en un ataque sexual del que varios jóvenes asistentes a La Fiesta Silenciosa son cómplices.
La Fiesta Silenciosa, la venganza es ajena
El primer tramo de La Fiesta Silenciosa podría pasar por uno de tantos dramas de treintañeros tardíos lidiando con sus problemas de clase media, con parejas poco funcionales que anuncian a los gritos el fracaso que se avecina, y familias que no conocen de límites. Recién después de que Laura regresa de su escapada a La Fiesta Silenciosa toma algunos tintes de thriller, mientras va mostrando en fragmentos lo que realmente sucedió en la casa vecina, por más que alcanzara con el primer flashback para confirmar que sucedió lo que se anunciaba que iba a pasar en los minuto previos.
Es de esperar que sea recién cuando Laura se decide a embarcarse en una misión de venganza contra quienes la atacaron, que comience la acción y el suspenso, pero realmente eso tampoco sucede. Lo siguiente es todo un segundo acto donde ella desaparece de la trama mientras le deja la venganza a su padre y su marido, quien ni siquiera le cree que fue atacada y no tiene muchas razones de hacer todo lo que va a hacer empujado por su suegro.
Una trama sin vuelo y personajes tan chatos que resultan indistinguibles entre sí, no siempre son un ancla demasiado pesada para este tipo de historias, pero sí lo es que lo poco que tenga para contar avance sin generar tensión o sorpresa. Justamente el mayor problema del que adolece La Fiesta Silenciosa, junto con un ritmo que parece tener arena mojada hasta las rodillas. Si no va a importar lo que le pase a los personajes o por qué hacen lo que hacen, al menos que a cambio de perdonar esa chatura se espera una tensión agobiante o una acción arrolladora. Nada de eso forma parte de La Fiesta Silenciosa, donde el momento más inquietante fue el temor a que se me trabe la mandíbula durante un bostezo prolongado.
Mucho ha debatido la crítica sobre el simbolismo del subgénero de rape and revenge (violación y venganza), especialmente tras algunas reinterpretaciones más recientes que se concentran en remarcar el arco de un personaje que se esfuerza por recuperar el poder de defenderse de sus agresores, y eventualmente hacerlos pagar por su crimen. La Fiesta Silenciosa está tan lejos de esa idea que, aunque se supone que es la protagonista, Laura es casi intrascendente en el desarrollo y resolución de la trama, porque quienes realmente parecen merecer la venganza no es ella, sino un marido que se cree engañado y un padre posesivo.