Un grito en el vacío.
En su tercer opus, La fiesta silenciosa, el director Diego Fried nos sumerge en un mix de géneros, que toman elementos tanto sensoriales como recursos narrativos para desarrollar una historia de secretos y venganza. Aparece el silencio en contraste con el aturdimiento en el seno de una familia acomodada cuya hija, Laura, está a punto de casarse y en preparativos de la fiesta de boda en su amplia estancia.
Sin demasiados prolegómenos conocemos que ella (Jazmín Stuart) tiene su particular carácter y para la futura relación con su novio (Esteban Bigliardi) ese detalle es un condicionante porque si bien no la consiente en todo tampoco le marca algún límite frente a su impulsividad. Algo parecido ocurre con el padre de Laura (Gerardo Romano), un juez aparentemente respetado que ve con beneplácito el futuro de esta pareja.
Es por ello que la impulsividad de la protagonista, y su inconforme relación con su potencial esposo, detona un relato diferente donde entran en juego la frontera entre el deseo y lo prohibido, pero también los peligros de un juego que no tiene reglas definidas.
Jazmín Stuart sabe adaptarse a este tipo de historias sin red y es ideal para componer personajes al borde como el de Laura para aportarle una cuota de misterio y ambigüedad, aspectos que la llevan de un estado de fragilidad absoluto a otro de control en situaciones extremas.
A esa energía arrolladora la equilibra Esteban Bigliardi, con un rol más moderado pero no por ello menos intenso a la hora de tomar decisiones importantes. El resto del elenco cumple sin caer en maniqueísmos ni excesos para redondear una película de género, con un ritmo trepidante y buena ambientación del campo sensorial, donde la violencia siempre aparece con justificación como un acto de libertad y desenfreno.