Tal vez los directores de La fiesta silenciosa vieron o desearon hacer un homenaje a Los perros de paja, la película de Sam Peckinpah.
Porque es un filme que de acción, de venganza, y también uno que a la vez que cuestiona la violencia por momentos pareciera regodearse con ella.
Los protagonistas son, principalmente, los novios que componen Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi. Laura y Dani llegan a la quinta de León (Gerardo Romano), el padre de Laura. “Todo para mi princesa”, se babea este abogado verborrágico, egocéntrico y con una excelente puntería, no tanto a la hora de elegir las palabras para hablar con su inminente yerno (la fiesta de casamiento, no la silenciosa del título, es al día siguiente), sino para hacer saltar latas de bebida con su arma de fuego.
Las cosas no iban demasiado bien entre Laura y Dani. Discuten por pavadas, pero hay algo que subyace.
Al atardecer, Laura sale a caminar, y termina en, sí, la fiesta silenciosa del título. Jóvenes con auriculares bailan y beben. De entrada no acepta los auriculares ni el vaso de bebida que le ofrece Maxi (Gastón Cocchiarale), pero al final sí, una cosa lleva a la otra, y termina apretando con Gabo (Lautaro Bettoni), se toman de la mano, se van al bosque y…
Cuando Laura regresa a la quinta, en estado de shock, le dice a Dani que se “perdió”. Pregunta va, lloriqueo viene, Dani -mientras ella camina rumbo a la quinta vecina- entiende que su prometida sufrió una violación o un abuso. Lo que seguirá serán la venganza, el desengaño y una sumatoria de escenas sangrientas en las que, adivinaron, el personaje de Romano tendrá más que cabida.
Y los personajes de La fiesta silenciosa no tendrán mucho para festejar.
La película, que pasó por el Festival de Mar del Plata en noviembre pasado, puede verse como lo que decíamos, un relato de acción y venganza. Que lo es. O, también, como una muestra de actitudes en las que la masculinidad estuviera en juego -los diálogos entre suegro y yerno; entre Gabo y Maxi, que por su físico entiende que las mujeres sólo lo ven bien a Gabo-. Todo, como si se tratara a las mujeres como un objeto a consentir, o un premio a conseguir.
No hay mucho para decir de las actuaciones, porque no es La fiesta silenciosa una propuesta que le pida o exija a sus protagonistas una entrega sobrecogedora, pero tampoco aparatosa.
Resuelta bien técnicamente, con muchas escenas nocturnas, el final deja planteadas más preguntas que respuestas, escapando así del mero entretenimiento.