La película de 14 horas del director de “Historias extraordinarias” es una serie de relatos de distintos géneros y formatos filmados a lo largo de una década alrededor del mundo. Epica por donde se la mire, compleja, fascinante y con momentos de impactante belleza, se trata de uno de los filmes más asombrosos y memorables de la historia del cine argentino. Se verá en la Sala Lugones a partir del 21 de septiembre.
“Siempre de viaje” es uno de los lemas de Mariano Llinás y sus socios en la productora El Pampero. El movimiento como solución creativa y la peripecia como dispositivo vital. Lo ha sido siempre (HISTORIAS EXTRAORDINARIAS es casi una oda a las rutas de la provincia de Buenos Aires) y lo es más ahora, en LA FLOR, en la que ese viaje parte de esa misma provincia a la que el director sabe sacarle belleza donde muchos solo vemos chatas llanuras y se extiende hacia el mundo, de París a Siberia, del Este de Europa a América Latina, y también al resto de la Argentina.
LA FLOR es una saga de seis películas de distintos formatos, géneros, temas y duraciones unidas por una serie de constantes: las cuatro actrices de Piel de Lava (Pilar Gamboa, Laura Paredes, Elisa Carricajo y Valeria Correa) que protagonizan cinco de ellos; la idea de la aventura (el tercer episodio, toda una novela de espías que envidiría el propio John Le Carré), el recorrido y la fuga (el sexto episodio, de formato experimental, sobre un grupo de cautivas), y ese constante movimiento devenido en trama, conflicto, ficción, ficción, ficción. Solo en un momento (durante una buena parte del cuarto episodio), Llinás aparenta romper el dispositivo y deja correr una serie de ideas modernistas que hacen eco y comentan la propia película que se está filmando. Pero acaso no sea tan así: lo más probable es que sea solo otro nivel del mismo juego.
Los dos primeros episodios ya fueron comentados en su momento en otro post (leer aquí) y si bien pueden ser repensados en función de haber visto el filme completo eso quedará para otro momento. Solo cabe agregar aquí sobre ellos que, junto a los dos últimos, representan un intento de Llinás de alejarse de los esquemas un poco más probados y experimentar desde lo formal. Los dos episodios siguientes mantienen cierto estilo que a esta altura se podría considerar clásico de varios filmes de la productora El Pampero.
El tercer episodio, que conforma todo lo que se conoce como LA FLOR (PARTE 2), se extiende a lo largo de casi seis horas y es una verdadera matrioshka (muñeca rusa AKA “mamushkas”) de historias de espías, que parte de un secuestro y de la espera de un enfrentamiento entre dos bandos para ir desplegándose hacia el pasado y contar, casi, una historia cinéfila de la Guerra Fría.
La cosa es más o menos así, como diría el director: en los años ’80, un grupo de mujeres espías secuestra o rescata a una “persona importante” y otro grupo de mujeres espías las van a buscar para quedarse con la presa. A partir de esa persecución, búsqueda y espera se empiezan a deshilvanar historias del pasado de cada una de las espías, historias que nos llevan a América Central, Londres, la Unión Soviética y, en uno de los casos, a una larga serie de países y continentes. Esos juegos narrativos tienen mucho de “tarantinescos” (difícil no pensar en KILL BILL mientras se la ve) pero también son un paseo cinéfilo por miles de películas (y también libros) de ese género, como las hechas por Fritz Lang, Alfred Hitchcock, Jean Pierre Melville y hasta la propia saga Bond.
Esas casi seis horas de historias, sin embargo, son puro Llinás. Aquí regresa el dispositivo formal utilizado en HISTORIAS EXTRAORDINARIAS con las voces en off interactuando con la puesta en escena, narrando, comentando y jugando con lo que se narra. Y ese entramado de historias está lleno de bellos y potentes momentos: una historia de amor entre espías no concretada, la decadencia de la Unión Soviética, las revoluciones latinoamericanas y sus consecuencias, y el fascinante concepto de la “mosca tsé tsé” que marca a fuego uno de los capítulos y que no revelaré aquí. Solo en este Episodio III, el de las espías, hay momentos de una belleza sobrecogedora, ligada a observaciones sobre las estrellas, sobre el paisaje siberiano o sobre ese Siglo XX dividido en dos bandos claros que hoy casi se extraña.
El Episodio IV es fascinante por la manera en la que una trama de una creciente complejidad está trabajada con enorme liviandad y libertad. Dura más de tres horas, podría casi ser la continuación más “natural” de HISTORIAS EXTRAORDINARIAS de todas las de LA FLOR y vuelve a hacer centro, mayormente, en la provincia de Buenos Aires. Parte de un supuesto conflicto en el rodaje entre el realizador y las actrices y se va expandiendo en abismo hacia zonas impensadas para luego regresar a sus orígenes. Digamos que este rompecabezas incluye arañas, brujas, equipos de filmación, investigadores de lo oculto, libros raros que se consiguen “por internet”, manicomios, dioses griegos, cuadernos con anotaciones confusas, al mismísimo Casanova y a lo que podría llamarse la rebelión de los árboles a los que no les gusta ser filmados y tal vez estén planeando, “como esos viejos malos que viven en un edificio hace mucho tiempo”, vengarse de los recién llegados. Esto es: los humanos.
Peripecia tras peripecia, aquí la trama se vuelve sobre sí misma con una segunda parte (centrada en un investigador llamado Gatto) que recontextualiza o hace estallar por los aires la primera. Este Episodio IV culminará con algo que parece ser una dedicatoria o un poema visual amoroso a las actrices y protagonistas de LA FLOR, casi un homenaje a su esfuerzo que también puede ser visto de modo desafiante, casi una pelea por el propio control de la narrativa. La película, las películas, en definitiva, son de todos. De Llinás, sí, pero también de ellas y del equipo que las hizo y de todos aquellos que dieron años de su vida en este esfuerzo titánico de generar ficción con muy poco dinero pero con una ambición indeclinable, de esas que no conocen la palabra “imposible”.
LA FLOR no termina allí. Le quedan dos episodios más (cortos, en relación a los anteriores) y una larga coda. El quinto es una película muda en la que, en plan Renoir en UN PARTIE DE CAMPAGNE –o FIESTA CAMPESTRE, como se la conoció aquí–, cuenta una historia picaresca entre dos hombres (“gauchos turísticos” encarnados por Esteban Lamothe y Santiago Gobernori) que trabajan en una estancia de provincia e intentan “enamorar” a dos turistas luchando frente a similares intentos de un rival. Sin sonido (no solo no hay diálogos sino tampoco banda sonora) salvo por una muy bella y poética danza de avionetas, es un bienvenido juego que cambia el tono del filme.
El sexto episodio es igualmente breve y se centra en el relato epistolar de la fuga de un grupo de cautivas en el siglo XIX. Aquí el eje está también en la forma: filmada con la llamada “cámara oscura” (estenopeica) y proyectada sobre lo que parece ser cuero, lo que produce es un efecto visual asombroso, cercano al de ciertas pinturas impresionistas, que nos permite ver a las protagonistas viajando, bañándose en un río y recorriendo unas serranías mientras leemos el relato de sus peripecias y las reflexiones que generan. La larga coda es la secuencia de créditos finales que se extiende por más de media hora y que agrega algunas otras sorpresas y momentos emotivos.
Con sus 14 horas de duración (quizás la película de ficción más larga de la historia del cine sin contar las experimentales), LA FLOR es pura épica, el deseo transformado en cine, la pasión por contar historias y, a la manera de LAS MIL Y UNA NOCHES, ser una suerte de Scheherezade que eduque al “soberano” espectador con sus fantásticas aventuras y lo vuelva más humano, más libre, más ávido de conocimiento. También, como le sucedió a la narradora de aquellas historias, LA FLOR puede ser vista como la historia de una mujer (en este caso, cuatro) que entretuvieron, humanizaron y engañaron a un rey persa durante diez años para dar como resultado una obra conjunta y un pase de magia cinematográfico que nos fascinará por muchos, muchos años.