No se queda ni el mar
En la costa atlántica y fuera de temporada, una escritora (Julieta Díaz) se refugia a escribir en una casa vacía sin más distracciones que sus propios fantasmas, a los que exprime como inspiración. Tiene la esperanza de romper con un bloqueo que la aqueja.
Eso es lo único casi seguro en La Forma de las Horas, porque en adelante no será posible tener la certeza de cuánto de lo que sucede es real, un recuerdo deformado por el tiempo o la ficción de su novela materializándose. Aunque lo más probable es que sea una combinación de todo eso como la mayoría de las obras narrativas.
A la breve estadía en esa casa a punto de venderse, se suma la presencia de su ex marido (Jean-Pierre Noher), con quien supieron compartir ese espacio antes de decidir separarse y de que él se fuera del país.
Ahora que volvió para cerrar la venta y despedirse de esa casa ya vacía que supo ser escenario de tiempos felices en su matrimonio, el relato de ese último día juntos tiene más de una versión, con sutiles diferencias que podrían ser engaños de la memoria o correcciones de un proceso de creación literario.
¿Cuánto hay de real y de imaginado en ese ir y venir del tiempo que nunca regresa al mismo punto, pero tangencialmente lo toca como revoluciones de un espiral? En ese limbo que es la costa fuera del verano, los fantasmas de otras épocas despiertan e increpan a sus protagonistas incitándolos a cuestionar cómo fue que llegaron a ese lugar, y si lo hicieron siguiendo el camino que pretendían.
Con una síntesis que bien podría ser de una obra de teatro, La Forma de las Horas aprovecha la forzada economía de recursos para concentrarse en lo que puede y necesita hacer sin aspirar a más que eso, construyendo un clima intimista y algo claustrofóbico que parece castigar a sus personajes, al mismo tiempo que les ofrece una salida a toda esa carga emocional que arrastran hace tiempo sin saber cómo resolver del todo.
El mayor peso lo cargan en sus hombros los intérpretes, quienes desarrollan una buena química. También logran hacer distinguibles entre sí a los distintos momentos temporales y anímicos que representan, apenas ajustando el lenguaje corporal que muestran.
Al mismo tiempo, es esa gran síntesis lo que en cierto punto le juega en contra a La Forma de las Horas, dejando la sensación de ser un cortometraje expandido para convertirse en un largo, sin suficiente carne como para sostener en pie una idea que desde el concepto resulta más interesante que en el resultado final.