Son pocas las ocasiones en las que, desde Los Angeles, la monstruosa máquina de producir películas como embutidos logra sacar a la luz un film que se diferencie del resto, que apueste por algo más que el mero movimiento de guita entre cuentas bancarias, productores y demás integrantes de la mafia light de Hollywood.
Hablamos del cine que desde los afiches, los nombres involucrados y la temática parece dirigido solo a ese métie pero que, una vez que arranca el proyector, rompe la lógica y se ubica en el lugar de los clásicos. Hace 21 años James Cameron hizo algo así con Titanic. Hoy es el turno de Guillermo del Toro con La forma del agua.
Porque este opus del director de El laberinto del fauno y Hellboy deja sensación de clásico desde el mismo momento en que al cierre aparecen los títulos de crédito. El The End como broche de una historia perfecta en la que el realizador mexicano abrevó de aguas explícitas (el clásico B Creature From the Black Lagoon y el Jean-Pierre Jeunet de Amélie y Delicatessen) y no tanto (el Herzog de la narrativa alien y los viajes a mundos perdidos).
La trama nos cuenta que en plena guerra fría el servicio secreto de los Estados Unidos mantiene encerrada a una extraña criatura marina con notable fuerza física y una inteligencia sobrenatural. El clic narrativo aparece cuando una introvertida empleada de limpieza del lugar descubre que el ser al que los militares tratan como a un monstruo tiene la capacidad sensitiva de un humano.
Estamos ante un texto sin mayores vueltas de tuerca, que no busca la sorpresa de guión entreverado ni mucho menos la bajada de línea de un discurso potente (incluso pese a poner en escena la rivalidad con la URSS). Lo que desde el primer momento parece ser una historia simple sobre un amor imposible es, precisamente, eso. La linealidad a la que apuesta Del Toro mejora al film con cada página de guión sin apelar por ello a golpes de efecto, solo con la pluma certera y una cámara que cada día filma mejor.
Párrafo aparte para la fotografía de Dan Laustsen (Crimson Peak, Le pacte des loups), de una belleza visual que juega con la poética del fílmico en plena era digital. Un acierto en cada fotograma.