Los placeres son amorfos
El realizador mexicano Guillermo del Toro nos tiene acostumbrados a historias fantásticas, recordemos brevemente que ha sabido llamar nuestra atención con Hellboy (2004), maravillarnos con El Laberinto del Fauno (2006) y quizás decepcionarnos un poco con La Cumbre Escarlata (2015), sin embargo, con la recién llegada La Forma del Agua (2017) volverá a conmovernos combinando la identificación sentimental con lo extraordinario.
La Forma del Agua inicia con un viaje sumamente onírico y acuático que nos sumerge en el “yo interior” de nuestra protagonista, Elisa (interpretada con la calidez justa por Sally Hawkins), a quien el narrador se refiere como una “princesa sin voz”. A partir de allí el relato está enriquecido de relaciones intertextuales, se deduce que la primera de ellas es el cuento La Sirenita (1837), de Hans C. Andersen, cuya interpretación más famosa es la animación homónima de Disney (1989). Si bien las sirenas son famosas mitológicamente por atraer a los hombres con sus cantos, nuestra humana protagonista Elisa es muda debido a unas heridas muy peculiares que posee en el cuello, las cuales remiten automáticamente a las branquias de los peces. En dicha cuestión, está el vínculo con este famoso personaje pues La Sirenita al pasar del mundo marítimo al terrestre por un hechizo perdía el habla, cuya semántica será circular a lo largo de todo el relato.
Luego de este visualmente hermoso prólogo, comienza la acción propiamente dicha. En adición a lo anterior, desde el comienzo los vínculos del personaje de Elisa y el agua son constantes. Todas las mañanas en su rutina ella toma un baño con la tina llena y se masturba repitiendo esta acción una y otra vez: no es para nada casual que lo haga inmersa en el agua. En consecuencia, el director es muy hábil en la forma en que dosifica la información haciéndonos entender desde la apertura que el universo acuoso erotiza a Elisa, incluso nos hace comprender y conocer su interior emocional.
Asimismo, la cuestión de lo erótico, los gustos y peculiaridades, es uno de los aspectos más interesantes del film ya que abre un abanico de espectros: hay quienes gustan de extrañas criaturas marinas y les excita el agua, hay quienes les excita tener relaciones sexuales en silencio y ejerciendo el dominio sobre el otro, y hay quienes prefieren personas de su mismo género. Es decir que La Forma del Agua es un relato que nos propone diversidad en todo su esplendor, expresando cuán amorfos pueden ser los placeres humanos y sobrehumanos.
Retomando brevemente el argumento del film, éste nos sitúa a principios de los 60, allí Elisa trabaja limpiando en un laboratorio científico de máxima seguridad, cuya rutina y protocolos son de índole cotidiana, hasta que traen captiva a una criatura anfibia desde Sudamérica, y por la cual todo cambiará repentinamente. De aquí se desprende la relación intertextual principal del relato con otra película anterior y un clásico del cine de terror, Creature from the Black Lagoon (1954), cuya criatura también era oriunda de Sudamérica y se nota que el equipo de caracterización de ha inspirado fielmente en ella. Sin embargo, mientras la criatura de la laguna negra era más tenebrosa, en La Forma del Agua es un ser más humanizado y cálido, aquí él es la víctima y no una amenaza, ya no se repite el esquema típico que conocemos desde King Kong (1933). En los 50 un romance entre un “monstruo” y una humana eran imposible de ser planteado en la pantalla grande, actualmente hay una apertura mental social que nos permite romper ciertas estructuras en la posmodernidad. Además nos encontramos ante una fuerte crítica a las tentativas de dominio de la humanidad por sobre la naturaleza.
En el centro científico acuático mencionado anteriormente, por un lado tenemos el villano en cuestión, un militar interpretado por Michael Shannon, quien siente rechazo por su prisionero, y por otro lado, el anfibio sorprende positivamente a uno de los científicos, el personaje de Michael Stuhlbarg. En ambas personificaciones se esboza el conflicto del contexto histórico de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El personaje de Shannon -mediante su excelente actuación- genera repugnancia en el espectador: no sólo es cruel con la criatura, sino también xenófobo en todo su espectro. Es el estereotipo del norteamericano con la familia tipo que se cree modelo visualmente y a nivel conducta, lo que es tan falso como los anuncios publicitarios que pinta el vecino de Elisa (Richard Jenkins), uno de los personajes más tiernos del filme.
Cuando Elisa y la creatura se vinculan lo hacen evadiendo el lenguaje verbal, parece haber un destino de predestinación entre ambos, típico del melodrama. Este aspecto también está enfatizado desde varias citas a otras películas, pues La Forma del Agua es ante todo un “brindis al amor” y al cine clásico de Hollywood. Elisa vive al lado de una sala de cine que no casualmente se llama Orfeo, igual que el film de 1950 dirigido por Jean Cocteau, el cual también habla de un amor que trasciende barreras metafísicas. Asimismo, en esa misma sala de cine, cuando Elisa y el anfibio se encuentran juntos ante la pantalla, se proyecta The Story of Ruth (1960), una propuesta bíblica que relata la pasión prohibida de Ruth. También se exhibe allí el musical Mardi Gras (1958), otra historia de un amor con adversidades. Este compendio intertextual de relatos mitológicos y bíblicos ayuda a componer sólidamente el concepto de “amor sin barreras” que explicita la cálida La Forma del Agua. Además la película posee varias citas breves a otros films de la era dorada, principalmente musicales.
Para concluir, La Forma del Agua es una película tan inmensa como el océano mismo, llena de metáforas y alusiones, pero explícita cuando deber serlo, siendo crítica con el abuso de poder, el imperialismo y el racismo. Y en contrapartida, abala la diversidad étnica y cultural, derribando los cánones y lo estático del lenguaje verbal. Con un nivel de excelencia en todas sus áreas, desde las actuaciones hasta la ambientación, logra mantener intrigado al espectador de manera constante, sabe construir un gran clímax y emociona sutilmente al público: estamos frente a una gema imperdible del cine actual que merece ser apreciada en una sala de cine, a la que tanto rinde homenaje.