La Forma del Agua: Amor de Fantasía.
Guillermo del Toro es un enamorado del género fantástico, y una vez más nos brinda una fábula donde lo fantástico se une con lo romántico en un historia simple pero efectiva.
Los estándares de Hollywood son siempre muy “prolijos”, aunque obviamente, teñidos de hipocresía: bellas mujeres siendo el objeto de deseo de un protagonista rudo pero con buen corazón. Estos son, en la mayoría de los casos, los paradigmas de las grandes historias de amor en el cine. Si bien hay muchísimos más, basta con ver el éxito que genera la saga literaria y (mal) adaptada “50 Shades of Grey” para que entiendan mi punto.
Este cánon es una cuestión más profunda que nos lleva a explorar las mitologías más antiguas (desde Hércules hasta Teseo, Sansón y Dalila y tantos etcéteras) que nos rigen el ADN aunque no queramos, aunque estemos ante una época donde lo políticamente correcto muchas veces vaya en contra de la naturaleza salvaje del ser humano y se nos quiera “humanizar” más de lo que merecemos, cuando en realidad, lo animal vive más a flor de piel que cualquier convención social, religiosa y/o política a la que se nos quiera inducir.
En este contexto llega La Forma del Agua (The Shape of Water), la última fantasía de Guillermo del Toro, no solo un gran director sino también, un gran cinéfilo. Un amante de las historias clásicas, del muchas veces vapuleado Clase B. Ya en su filme Crimson Peak (2015), mal distribuida como una “historia de horror”, venía coqueteando con una historia de amor oscura, adulta y, sobre todo, con monstruos humanos y humanos mosntruosos. En “La Forma…” da el compás final a sus obsesiones cinéfilas y completa el puzzle con un fábula romántica en el medio de la Guerra Fría: Eliza (la magnífica Sally Hawkins) es una cuarentona muda, que vive sus días monótonamente en su departamenteo lleno de humedad, sobre un cine en el que proyectan viejas películas olvidadas. Su rutina es dura y pura: se despierta, cocina huevos para llevar a su trabajo nocturno, se baña y se masturba al mismo tiempo. Viaja en bus. Sueña. Sueña con una realidad fantástica que en los años 60 es difícil de acceder, pero que el tono verde en el que está insuflada la fotografía del filme de Del Toro, le da el toque justo de esperanza. Eliza vive junto a un amigo cincuenton y homosexual, confidente también de sus visionados de películas musicales. En su trabajo de limpieza en un lugar ultra secreto del Gobierno, nuestra anti-princesa también tiene como confidente a su amiga Zelda (Octavia Spencer), uan verborrágica afroamericana supeditada al patriarcado y al racismo en igual medida.
La vida de estos personajes, pero la de Eliza principalmente, cambian cuando un tanque lleno de agua llega a la instalación y, dentro de él, hay una criatura que ha sido capturada en un río sudamericano por el coronel Richard Strickland (Michael Shannon). Eliza se sentirá curiosa, en un primer momento por este ser, pero luego comenzará una extraña relación que fluirá hacia el amor, un sentimiento que une y que, como todo cuento de fantasía, siempre gana.
La Forma del Agua es una historia de amor. No hay más vueltas que darle. Pero en el medio, el guión de Guillermo del Toro y Vanessa Taylor (Divergent) relatan el conflicto de la Guerra Fría, sus paranoías, pero también la esperanza de un mundo mejor. Un mundo donde el amor gana. Donde los incomprendidos, los freaks y los losers tienen algo para decir, porque es nuestro momento. No hay grises en este filme: los malos son malos, y los buenos son buenos. Pero Del Toro nos muestra como el villano priincial, un Michael Shannon excepcional, tiene sus motivaciones personales, una familia, y si bien no llegamos a comprenderlo, muy pocas veces se vio un némesis tan tridimensional en una película.
La producción es hermosamente cuidada, con una fotografía íntegramente verde; color que representa la irrealidad en la que viven los personajes, pero también de la persistencia, la esperanza en última instancia. Bajo la partitura de Alexandre Desplat (Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte) el cuento se completa y se le da la forma de fantasía romántica.
“El amor es como el agua: no tiene forma“, afirmaba el director en alguna de las muchas presentaciones que ha hecho de su nueva película en los últimos meses. Y claro, La Forma del Agua es de esas películas que se te mete bien profundo por todos los poros, y te inunda de emoción.