La forma del agua: un cuento de hadas repleto de creatividad y emoción, con la firma de Del Toro
Ya sea en México, en España o en los Estados Unidos, Guillermo del Toro ha construido en los últimos 25 años con títulos como Cronos, Mimic, El espinazo del diablo, El laberinto del fauno, La cumbre escarlata, Titanes del Pacífico y la saga de Hellboy una filmografía en la que siempre surge su amor apasionado por los géneros cinematográficos con énfasis en las aventuras, lo fantástico, la ciencia ficción y escalas intermedias en los cómics y la mitología. En ese sentido, La forma del agua -firme candidata a ganar el próximo 4 de marzo varios de los principales premios Oscar a partir de sus 13 nominaciones- resulta una carta de amor a los grandes narradores de Hollywood. Podría decirse que es la mejor película de Spielberg no rodada por Spielberg.
Ambientada en 1962 (plena tensión de la Guerra Fría con el bloque soviético), La forma del agua tiene como principal elemento fantástico la presencia de un monstruo (mitad humano, mitad pez) descubierto en la selva amazónica y encerrado en una base gubernamental de Baltimore, donde no se lo trata precisamente con delicadeza. Allí trabaja como empleada de limpieza Elisa Esposito (Sally Hawkins), una joven huérfana, muda, solitaria y de traumático pasado que descubrirá y se fascinará con la torturada criatura.
Película sobre los sueños, las fantasías, los amores imposibles y el poder evocativo del cine, La forma del agua tiene varios personajes fascinantes, más allá de la heroína de Hawkins: un malvado siempre amenazante y cruel como el agente Richard Strickland de Michael Shannon; Giles, el querible ilustrador gay de Richard Jenkins que vive en la habitación de al lado de Elisa; o Zelda Fuller, la compañera de trabajo y confidente que interpreta Octavia Spencer.
Que algunos personajes pueden resultar caricaturescos, que Del Toro no es demasiado sutil y apuesta a los arquetipos y estereotipos... Todo eso es cierto, pero La forma del agua es un deleite visual (la fotografía de Dan Laustsen y el diseño de Paul D. Austerberry son extraordinarios) y musical (exquisita banda sonora de Alexandre Desplat y muchos temas de jazz) que incluye múltiples homenajes al cine mudo (Charles Chaplin), a la era clásica de los grandes estudios y a películas como King Kong o La Bella y la Bestia. Cinefilia, lirismo, creatividad y emoción. Un combo irresistible.