El sexo de los raros
La forma del agua es una fábula romántica freak de un erotismo inusual: la historia de amor entre una empleada de limpieza y una criatura anfibia.
Se me hace difícil pensar en un director contemporáneo que tenga tantas influencias y referencias pero a la vez sea tan coherente y personal como Guillermo del Toro. Obviamente que con esas características, el primero que viene a la mente es Quentin Tarantino. Y aunque sospecho que deben ser fans el uno del otro, son tan distintos. Tarantino es un exhibicionista de sus fuentes, Del Toro apenas nos las deja entrever; Tarantino es cínico, Del Toro es inocente.
Los cuentos de hadas, en particular el de “La bella y la bestia”, los melodramas de los ‘50, las historias del “monstruo” bueno e incomprendido que van de El hombre elefante a E.T. El extraterrestre, la ciencia ficción clase B y hasta los relatos sobre espías rusos en la Guerra Fría, o la discriminación a los gays y el racismo en los años previos a la lucha por los derechos civiles, todo eso está en La forma del agua. Pero, aunque parezca mentira, Del Toro y su co-guionista Vanessa Taylor logran que todo fluya, justamente como hacen todos los líquidos cuyas moléculas se acomodan para ocupar la menor superficie posible.
La forma del agua es la continuadora natural de la que quizás había sido hasta ahora la mejor película de Del Toro: El laberinto del fauno. Ambas comienzan con un relato en off que hace las veces del “Había una vez…” y ponen en duda la veracidad de la fábula que estamos a punto de ver. Ambas, también, tienen hechos históricos y políticos como telón de fondo: de la dictadura de Francisco Franco en España, a la Guerra Fría en los Estados Unidos.
En “una pequeña ciudad cerca de la costa, pero lejos de todo lo demás” vive Elisa Esposito (Sally Hawkins, realmente extraordinaria), una empleada de limpieza muda que trabaja en un laboratorio perteneciente al Gobierno. Un día llega al lugar una extraña criatura anfibia que tiene la capacidad de poder respirar tanto dentro del agua como afuera (interpretada con maquillaje, vestuario y animación en porcentajes difícil de distinguir por Doug Jones, el fauno de El laberinto…). El Coronel Richard Strickland (Michael Shannon) capturó a la criatura en el Amazonas, donde los nativos la veneraban como a un Dios. Y ahora el Gobierno quiere utilizarla en sus investigaciones para ganar la carrera espacial.
Como se pueden imaginar, Elisa va a empezar a comunicarse mediante señas con la criatura, y verá que tienen mucho en común a medida que a nosotros los espectadores nos van revelando los orígenes de esta chica solitaria y melancólica. Pero lo que no es tan imaginable es la relación romántica que nace entre los dos. Ahí es donde La forma del agua pega un salto y Del Toro se entrega al melodrama freak logrando un erotismo inusual. Con una escena musical, quema las naves. Tomala o dejala.
Puede ser que Del Toro enfatice demasiado la veta política de la película, esta idea de que una criatura anfibia que a simple vista parece un monstruo finalmente es tan oprimido como los gays, los negros y las mujeres. Por momentos, esta idea que está reflejada con mucha inteligencia y belleza en las imágenes, se explicita en algunos diálogos y eso puede irritar a los que están hartos de la corrección política. Pero lo cierto es que la potencia de esta fábula, que además de todo es un homenaje al cine clásico, derriba cualquier recelo. Del Toro lo hizo de nuevo.