Ambientada durante la guerra fría, cuando la carrera militar y espacial de rusos y americanos está en su punto más álgido, con científicos y agentes soviéticos infiltrados, se desarrolla este cuento fantástico que reverbera ecos de la Bella y la Bestia -aunque nunca la Bella ha abrazado a la Bestia de forma tan entusiasta- pero con cierta nostalgia por el cine clase B de hace más de medio siglo -con su villano extremo y caricaturizado-, huellas de El monstruo de la laguna negra, que despierta a la protagonista de su letargo, pero también combinando géneros y un virtuosismo visual, una banda sonora y, sobre todo, personajes que envuelven al espectador en un precioso cuento de hadas que parece haber sido diseñado para todas aquellas generaciones acostumbradas a disfrutar del visionado de films en una sala de cine y cuyas historias apasionaban.
Guillermo Del Toro es un director cinéfilo y con La forma del aguavuelve a dejarlo bien en claro. Una fábula que narra la historia de amor entre una joven muda que limpia en un laboratorio secreto del gobierno estadounidense, y una criatura anfibia de cualidades únicas que llega para ser víctima de diversos experimentos.
Entre la ingenuidad de Amélie y la fascinación por lo anómalo, la deformación y el choque entre nuestro mundo y criaturas sobrenaturales -ya presente en mayor o menor medida en títulos como Mimic, Hellboy o El laberinto del fauno-, Del Toro da forma a este cuento romántico y fantástico que pasea con total naturalidad y armonía por varios géneros. Hay acción, intriga, comedia y romanticismo, homenajea la época silente, los musicales clásicos y el melodrama, juega con los espías y altera los cuentos de hadas de Disney, con un trasfondo completamente adulto y embebido de un realismo mágico en el que se coloca a lo irreal o extraño como parte de la vida cotidiana, sin perder su naturaleza de fábula y con un final Inesperado, profundo y conmovedor.
Merecedora del Oscar, Sally Hawkins compone magistralmente a esa heroína poco glamorosa, solitaria, frágil pero valiente y cuya rutinaria vida incluye un baño onanista, que sin hablar lograr transmitir los sentimientos y emociones de un personaje que siempre se ha sentido invisible y encuentra la humanidad que falta a su alrededor en una criatura que, como ella, necesita ser salvada.
Acompañada de atribulados personajes, como Octavia Spencer, su compañera de trabajo negra que la protege y ayuda a comunicarse; su viejo vecino artista, homosexual y casi siempre desolado que interpreta Richard Jenkins; un científico y espía ruso -Michael Stuhlbarg-, que debe afrontar un dilema ético y moral; Michael Shanon personificando a un caricaturizado villano realmente despreciable, violento y malvado que por momentos recuerda a "Diente de oro" -Richard Kiel- que perseguía históricamente al agente 007; y la hermosa criatura anfibia de colores turquesa y dorado encarnada por Doug Jones, que han tenido que sufrir en sus carnes el rechazo o la marginación.
Todos, en efecto, criaturas que sirven de metáfora a Del Toro para desarrollar su discurso sobre la diferencia, los prejuicios racistas o xenófobos, el machismo y la intolerancia a lo extraño, en un relato cautivante que en la superficie plasma de forma bella la historia de amor fantástica entre dos seres aprisionados, pero que sumergida yace una gran burla al "American Wai of life" y los estragos de una época que presumió de paz, orden y pulcritud mientras se prodigaba en conductas aberrantes a una sociedad que empezó a dudar agrietada por el racismo y la amenaza nuclear.
La maravillosa fotografía y puesta en escena, con perfectas composiciones simétricas y esa atmósfera del relato de espionaje combinada con el realismo mágico, una banda sonora que deleita y personajes entrañables que hacen de su virtuosa anomalía su razón de ser, hacen de La forma del agua una fábula para adultos que reivindica la imaginación, la necesidad de lo otro, todo aquello que, desde la sombra, construye y desarma la propia realidad para generar otra.
Una de esa películas que, al margen de sus 13 nominaciones al Oscar, devuelven al publico la posibilidad de disfrutar y encantarse nuevamente en una sala de cine.