Desde que se dieron a conocer las 13 nominaciones al Oscar para La forma del agua, se empezó a hablar de esta producción como la potencial gran ganadora de la ceremonia. Luego, a medida que otras premiaciones previas a la codiciada estatuilla dorada (Globos de Oro, BAFTA, SAG), dieran por ganador a Guillermo del Toro en el rubro Mejor Dirección, pero consagraran como Mejor Película a Tres anuncios por un crimen; el entusiasmo de gloria alrededor del film multinominado empezó a diluirse. En caso de que La forma del agua se llevara el gran galardón de la industria de Hollywood, la Academia estaría derribando el desdén con el que trató a casi todas las cintas vinculadas con un universo de fantasía. En caso de que Tres anuncios por un crimen sea la ganadora, la Academia también estaría modificando sus habituales paradigmas de solemnidad; para finalmente inclinarse por una joyita en la que reina el sarcasmo y la incorrección. Frente a esta disyuntiva, Ladybird, que cuenta con una mujer como directora, y temas más afines al previsible paladar de los votantes, podría erigirse como la alternativa más políticamente viable; en una ceremonia que cada vez orienta sus premios en una dirección más social que cinematográfica. Habrá que esperar al 4 de marzo.
De momento, Guillermo del Toro aspira a ingresar al panteón de compatriotas oscarizados como Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, que ya tienen sus distinciones como Mejor Director en algún estante de sus hogares; en el caso del último de hecho ganó dos. Con La forma del agua, el realizador de aclamados títulos del cine fantástico como El laberinto del fauno y Hellboy, vuelve a poner en marcha un deslumbrante despliegue visual, que otra vez lo coloca sobre el filo más cuestionado de sus películas; ese que tanto ha señalado la crítica internacional: films que son pura cáscara y diseño de arte, pero carentes de garra emotiva.
En esta oportunidad, el cineasta mexicano logra pulsar los mecanismos de la emoción trabajando sobre las consabidas premisas de toda fábula. La historia nos lleva a Baltimore a comienzos de los '60. En un laboratorio científico, una empleada de limpieza muda (superlativa Sally Hawkins), comienza a labrar un entrañable vínculo con una criatura anfibia que ha sido capturada en el Amazonas. Quienes acompañarán a esta inesperada heroína en su extraordinaria historia de amor, son su compañera de trabajo (la siempre noble Octavia Spencer); y su vecino ilustrador desempleado (notable Richard Jenkins). El enemigo absoluto es el encargado de seguridad del recinto (basta de repetir a Michael Shannon como villano). Y aparentemente en una posición intermedia, está el científico interesado en el monstruo (correcto Michael Stuhlbarg).
En la primera hora, el relato avanza con un ritmo algo cansino, describiendo la vida cotidiana de cada uno de los personajes. Luego, cuando todos quedan conectados a la salvación o exterminio del anfibio; la película remonta vuelo. En el primer tramo, reina la dirección de arte y no mucho más. En el segundo, la adrenalina, el romance y algunas pizcas de humor; mejoran considerablemente el banquete.
Así y todo, La forma del agua promete más de lo que cumple. Si se hubiera limitado a desarrollar los tópicos característicos de la fábula; cumpliría su misión con totalidad. En varios sentidos, la película respeta a rajatabla las convenciones más maniqueístas de todo cuento. En términos de autoridad y clase social, los buenos son los vulnerables y el malo es el todopoderoso. Sin embargo, la inclusión del científico ruso infiltrado se ve totalmente desaprovechada en esta historia. Se trata del único personaje que podría aportar cierta cuota de ambigüedad. Pero no, muy pronto se develará cuál es su rol en la trama, y nada lo moverá de esa dinámica. Si bien los estereotipos muy remarcados son un ingrediente característico de la fábula, el relato de Guillermo del Toro está orientado claramente al público adulto, y aquí es donde esos arquetipos empiezan a quedar un poco rengos a medida de que se desarrolla la trama.
La princesa del cuento se masturba cada mañana, el villano mea delante de ella y su compañera de limpieza; y el malvado en cuestión también es capaz de meter el dedo en un agujero de bala que ha perforado el cuerpo de su contrincante. La intrusión de estos salpicones truculentos, muy característicos en otros films del mexicano, no terminan de cuajar orgánicamente con la dominante naif que reina durante casi todo el metraje. A su vez, que la historia esté ambientada en plena Guerra Fría a comienzos de los '60, esa última era en la que Estados Unidos fingía un aire de bienestar que pronto mutaría en cinismo y desencanto; tampoco encuentra una definición exacta. Por momentos, sólo funciona como telón de fondo de la debacle de las salas de cine frente al poderío de la televisión; pero en otras instancias da la sensación de que el director pretendiera ir un poco más allá en el contexto, sin dar del todo en la tecla.
Más allá de las filtraciones y goteras de esta fábula, La forma del agua tiene algunas escenas muy logradas, y una seductora descripción sobre el universo de un puñado de seres solitarios. En un tiempo en que las relaciones están fuertemente dominadas por una matriz de intercambio capitalista, este cuento encuentra su anclaje contemporáneo; al postular que un amor épico sólo es posible dentro del territorio de la fantasía. En términos generales, estamos frente a un film cuya nobleza está más sostenida por sus criaturas que por su autor.
The shape of water / Estados Unidos / 2017 / 123 minutos / Apta para mayores de 13 años con reservas / Dirección: Guillermo del Toro / Con: Sally Hawkins, Michael Shannon, Richard Jenkins, Octavia Spencer, Doug Jones y Michael Stuhlbarg.