Cine y poesía política
Fiel a su estilo político antifascista, el realizador mexicano Guillermo del Toro regresa a la pantalla con La Forma del Agua (The Shape of Water, 2017), un film sobre el amor, la soledad, la amistad, la empatía y la solidaridad, sentimientos que transformados en acciones permiten enfrentar los abusos que acarrea el odio militar y policial.
El film, escrito por el propio Del Toro, quien también editó un libro homónimo con la historia, junto a Vanessa Taylor, responsable de la adaptación de la novela de Veronica Roth, Divergente (Divergent, 2014), narra la llegada de una criatura marina raptada del Amazonas al Centro de Investigación Aeroespacial Occam en Baltimore, en Estados Unidos, para su estudio durante la década del cincuenta en el contexto de la Guerra Fría. Allí, mientras los científicos analizan su comportamiento y anatomía con miras a posibles avances en la carrera espacial, el militar que lo custodia, Richard Strickland (Michael Shannon), tortura a la criatura, un misterioso ser de las profundidades que entabla una relación muy especial con Elisa Esposito (Sally Hawkins), una mujer muda y soñadora despierta que trabaja en el área de maestranza del Centro.
Con un estilo narrativo fantástico similar a los cuentos de los hermanos Grimm, o los cuentos de hadas antiguos, Del Toro crea un relato maravilloso de gran calidez narrado por un vecino de Elisa, Giles (Richard Jenkins), un dibujante e ilustrador homosexual de tendencias artísticas y problemas con el alcohol que vive junto a la protagonista en unos departamentos arriba de una hermosa sala de cine. El opus trabaja con un esquema de ruptura de la rutina a través de la introducción de un personaje inesperado que convoca la anomalía a través de despertar primero la curiosidad y después la empatía para llegar al amor y la aventura a través del ocultamiento de la relación, la huida del Centro y la lucha contra Strickland, un psicópata perverso y degenerado con varios grados de represión que ejemplifica el padre y esposo típico de la pujante sociedad norteamericana de la época cuya misión divina es generar resultados a cualquier costo para sus superiores y la estructura gubernamental de su país.
Las extraordinarias actuaciones de todo el elenco son parte de esta exaltación de la belleza que también busca romper con estereotipos y tabúes sexuales. Sally Hawkins realiza una labor inmensa con una alegría trascendente desde lo gestual en una obra en la que también se destacan Octavia Spencer como Zelda, la amiga y compañera de trabajo de Elisa y Michael Shannon como Strickland, un gran villano de gran crueldad que ejemplifica el fanatismo que conduce a la locura de la cultura de la entrega a una idea, a la dominación y la humillación, a un dios, una religión, un trabajo y un puesto en lugar de la dedicación a la búsqueda de empatía en la relación con el otro. La Forma del Agua recorre así el drama, la comedia, la intriga, el romanticismo y el terror en un opus que utiliza los efectos especiales y hasta la robótica con fines narrativos y visuales sin abusar ni imponerlos por sobre el relato.
Como en cada film del director de El Laberinto del Fauno (2006) y El Espinazo del Diablo (2001), el trabajo de fotografía y la dirección artística son las claves de la construcción de un imaginario y un mundo en la que lo fantástico irrumpa en la realidad para enriquecerla, sacarla del marasmo de la gris cotidianeidad y demostrar así la riqueza de la creación de sueños. Aquí Del Toro vuelve a colaborar con Dan Laustsen, director de fotografía de Mimic (1997), y con Nigel Churcher, responsable del arte de films como 30 Días de noche (30 Days at Night, 2007) y Scott Pilgrim vs. the World (2010). Entre Del Toro, Laustsen, Churcher y el compositor francés Alexandre Desplat, responsable de la música de El Código Enigma (The Imitation Game, 2014) y Moonrise Kingdom (2012), la combinación de los artesanos crea una década del cincuenta idealizada, donde imperan colores tenues pero penetrantes, los musicales de zapateo, las estrellas de Hollywood y sus cautivantes voces, las canciones de amor y principalmente la belleza de una época que hoy es considerada clásica del cine y la cultura. Pero también dan cuenta de un mundo al borde de un cambio radical, de los sutiles pero profundos puntos de quiebre que se perfilan y del enfrentamiento político, económico y cultural entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos. En todos los rubros, La Forma del Agua es así una obra de detalles que busca el corazón del espectador para romper con la inseguridad de la cultura machista, las visiones sesgadas sobre el amor y el fascismo que habita en las filosofías positivas, proponiendo lo grotesco como algo hermoso, la teoría crítica como una cabal interpretación de la realidad, el arte como forma de expresión opuesta a la violencia y el amor como arma contra el odio y la cultura de la obediencia castrense.