Amor bajo la superficie
El film cuenta la historia de una mujer muda y solitaria que conoce a una criatura marina con forma humana, pero aspecto aterrador.
"Incapaz de percibir tu forma, te encuentro siempre a mi alrededor. Tu presencia llena mis ojos con tu amor, hace más humilde mi corazón. Estás en todas partes". El amor inocente que dibujó en “La forma del agua” Guillermo del Toro es así, una paisaje completo que te rodea, que no tiene palabras porque no las necesita. El cineasta, gran ganador de los Globos de Oro, y nominado a 13 premios Oscar, vuelve con una historia de monstruos que son humanos y humanos que son monstruos.
Su especialidad es demostrar que el terror no está en donde suponemos que estará, y que del otro lado los sentimientos más puros pueden venir de los lugares en los que creemos que no existen. Dicho de otra forma, Del Toro exagera, rebalsa para probar un punto necesario, y lo hace a través de 120 minutos. Primero conocemos a Eliza (Sally Hawkins), una mujer muda, solitaria, que trabaja haciendo la limpieza en un buró militar en el que se realizan experimentos en 1963 (tiempos de Guerra Fría).
Conocemos su rutina íntima (otro logro de la narrativa es mostrar de forma natural su sexualidad, en ese contexto) y, con detalle coreográfico, nos interesamos sobre sus gustos y costumbres, vemos cara a cara a Giles (Richard Jenkins), el narrador de la historia y uno de sus pocos amigos. En su trabajo también cuenta con una aliada, su compañera Zelda (Octavia Spencer), quien le hace más llevaderos sus días.
Es imposible no empatizar con Eliza. En el laboratorio que le toca limpiar, conoce a una criatura marina (Doug Jones) con forma humana pero aspecto aterrador. En la soledad inmensa que siente, la joven posee mucha comprensión, por lo cual comienza a entretejer un vínculo a través de señas y música. Del otro lado, Strikland (Michael Shannon), un hombre de familia, encargado de seguridad del lugar, muestra de a poco su faceta más oscura, en contraposición a la luz que emana la relación entre Eliza y la criatura.
Al enterarse de que quieren realizar pruebas con el “monstruo” que pueden llegar a matarlo, la empleada decide sacar a su amigo del lugar para esconderlo y allí seguirán materializando su vínculo, curiosamente más etéreo cuanto más se conozcan.
Strikland, sin certezas, intentará descubrir quién se llevó a su conejillo de indias. Porque la forma del agua completa toda superficie, todo espacio en el que esté, moldeando y siendo contenido a la vez, el filme de Guillermo del Toro necesitaba ser completo y lo es. Su estética, sus actuaciones impecables, su guión simple, sin pretensiones pero con grandes resultados, y la historia que contiene todos estos elementos, conforman el amor sin límites, la pasión única e irrepetible que llena la pantalla en cada pulgada, en cada escena y en cada detalle. La película es favorita para los Oscar, con 13 nominaciones.