MONSTRUOS CURSIS
Guillermo del Toro es maestro en esteticismo cuando de narrar fantasía se trata y así lo ha demostrado en El laberinto del fauno, donde guardaba a la vez un trasfondo dramático y profundo o un contexto más realista y sólido como en El espinazo del diablo. En La forma del agua, en cambio, este cuento de hadas y de amor resulta muy superficial cayendo en un mero homenaje a films como El monstruo de la laguna negra y -por qué no- a un King Kong con mad doctors, Guerra Fría, espionaje y un aire de steampunk. Pero homenaje liviano e innecesario, en fin.
La historia nos ubica a finales de los 50’s, donde una mujer muda e introvertida trabaja en limpieza dentro de un laboratorio del gobierno que guarda muchos secretos. Así descubre y luego se enamora de un monstruo acuático. El flechazo es inmediato y la historia de estos amantes de naturalezas diferentes se ve amenazada cuando ella lo esconde “ingenuamente” en su hogar y el dueño del laboratorio -un encasilladísimo y ya aburrido Michael Shannon en el rol de villano- comienza a buscarlo.
La vida monótona de Elisa -nuestra protagonista-, llena de trabajo, películas clásicas en el departamento de su vecino homosexual y la intimidad de su autosatisfacción hogareña que Del Toro gusta de mostrar como una actividad naturalizada, se ve interrumpida con la llegada de este adonis con branquias. Un monstruo demasiado sentimental que puede ser confundido con algún personaje de Hellboy del mismo director, pero que nada tiene que ver. Lástima, porque podría haber funcionado muy bien algún vínculo con esa historia.
Como buena fábula, La forma del agua tiene una doble lectura y nos habla del egoísmo humano del personaje de Shannon por capturar a su presa acuática, pero a la vez de Elisa que satisface su amor y sexualidad con aquel monstruo/humanoide. En ambos casos hablamos de una actitud de posesión sobre otro ser para beneficio propio. Posesión escondida bajo rótulos como “felicidad” o “éxito”. Y fábulas en este caso de esbozos muy tibios, que se limitan a un relato pintoresco, edulcorado y una vuelta pobre de Del Toro.
En fin, La forma del agua cuenta con pasajes cargados de belleza, como la escena de un baño inundado con estos amantes entrelazados y con una potente banda de sonido, pero no arriesga a jugar con una trama más interesante y original que escape al convencionalismo del que parece sujeta. Sólo avanza a puro esteticismo, sin conformar a los espectadores más exigentes.