La forma del agua

Crítica de Santiago Balestra - Alta Peli

Siempre se ha dicho que el cine es un pasaje a otro mundo, un mundo que no en pocas ocasiones tiene las características de nuestro día a día. Se requiere verdadero oficio e imaginación para convencernos de que bajo la superficie de dicha cotidianeidad existe otro mundo, poblado por hadas, faunos, insectos, monstruos que no son más que representaciones subtextuales de lo que la humanidad es por dentro. Lo que quiere ser, lo que puede ser, y lo que no debería ser jamás. El mejor Cine Fantástico, o al menos el que perdura en la memoria, es aquel que opera dentro de esas características. A este grupo pertenece la última película de Guillermo del Toro, La Forma del Agua. 

Verde, que te quiero Verde

Corren los años 60 y Elisa, una mujer muda, trabaja como empleada de limpieza en un laboratorio gubernamental de alta seguridad. Si bien tiene como amigos a un vecino artista y a una compañera de trabajo, su vida es solitaria. No obstante, todo esto cambia cuando llega al laboratorio lo que sus superiores llaman “el activo”, que es en realidad una criatura marina antropomorfa que le empieza a despertar afecto.

El guion de La Forma del Agua no podría ser más sólido. Su estructura narrativa es impecable y su ritmo es fluido. Todos y cada uno de los personajes están desarrollados al dedillo, cada uno con un objetivo concreto, al igual que una personalidad claramente definida y sostenida a lo largo del metraje. Estamos hablando de una multidimensionalidad tan bien aplicada, que el espectador los va a percibir más como seres humanos en vez de personajes.

Como si estar apoyada en una historia sólida y en personajes profundos no fuera suficiente, es dueña de una gran riqueza temática. El abanico es amplio: el temor a la soledad, la discriminación por el hecho de ser diferente, el miedo a lo desconocido, el amor como un motor de comunicación que va más allá de las palabras. Todo esto tratado con sutileza y, lo más importante, siempre como complemento al desarrollo de la historia y los personajes.

En materia visual, La Forma del Agua resulta inmersiva en cómo utiliza el color. El uso prácticamente absoluto de los verdes, tiene al espectador en una constante sensación de estar debajo del agua, incluso (y más enfáticamente) cuando no hay una gota de agua en escena. Aparte, es utilizado en sendas ocasiones como un marcador del estado de ánimo de los personajes; la marca distintiva de alguien con trayectoria y talento a la hora de contar historias con imágenes.

El apartado actoral es sobresaliente. Sally Hawkins es dueña de una poderosa expresividad y una tremenda riqueza en su lenguaje corporal. Este último adjetivo es también aplicable a su contraparte masculina, el siempre eficiente intérprete de criaturas Doug Jones. Los secundarios no podrían ser más entrañables. Octavia Spencer da vida con tremendo carisma a la compañera de trabajo de Hawkins, Michael Stuhlbarg compone con gran variedad de matices a un científico con muchos secretos, Michael Shannon encarna a un villano tan perturbador como atormentado. Entre un plantel tan sólido, igualmente siempre hay alguien que destaca un poco más que el resto, y en el caso de La Forma del Agua es la intensa humanidad y sensibilidad que se puede encontrar en la interpretación de Richard Jenkins.

Conclusión

Una fábula adulta en su contenido y proceder. Repleta de amor por el cine, tanto históricamente al igual que como oficio. Un pasaje a otro mundo hecho posible a través de una enorme riqueza narrativa, visual e interpretativa. Una experiencia altamente recomendable.