Malvinas, en presente
El cine argentino se ha ocupado bastante, tanto desde el documental como desde la ficción, de la Guerra de Malvinas. Sin embargo, no demasiadas veces ha logrado describir con más delicadeza que estridencia, con una mirada más íntima que política, las historias de vida de aquellos que directa o indirectamente estuvieron ligados con aquel conflicto de 1982, como Daniel Casabé y Edgardo Dieleke lo hicieron en La forma exacta de las islas.
La estructura del film es un poco intrincada, pero también en su complejidad reside buena parte del atractivo. Hay un primer viaje concretado en diciembre de 2006 sobre Carlos y Dacio, dos veteranos de guerra que regresan a las islas y son filmados de manera muy casera durante una semana por una muchacha llamada Julieta. Y hay un segundo registro realizado cuatro años más tarde, que sirve -de alguna manera- para que ella pudiera completar todo lo que aquel film original había dejado pendiente.
Es en esa sumatoria de miradas y voces de diferentes épocas (1982, 2006 y 2010), en ese abanico de perspectivas (las de los veteranos retratados; la de la joven que se ha involucrado sentimentalmente y ha atravesado momentos muy fuertes ligados a su maternidad, la de los pobladores del lugar que prestan sus testimonios en cámara; y, claro, la de los dos directores que construyen el relato) que La forma exacta de las islas se convierte en un caleidoscopio a través del que van aflorando las sensaciones, las emociones y, claro, las experiencias más traumáticas, las heridas aún abiertas que dejó la guerra con su carga de angustias y sus traumas.
Se trata de un film que, más allá de los cuestionamientos que pueda hacérsele (algunas indecisiones narrativas, ciertos abusos con la voz en off o una musicalización no siempre funcional), resulta un acercamiento sensible, profundo, potente y distinto a lo que estamos acostumbrados a un tema tan controvertido, doloroso y con tantas connotaciones como este. Bienvenido sea.