La fuente de las mujeres mira desde la superioridad y así le hace flaco favor a las justas luchas de las mujeres árabes y de cualquier lugar del mundo.
Así como todo enunciado dicho desde el sentido común no tiene validez alguna como conocimiento científico, toda historia construida sobre supuestos válidos universalmente no alcanza para hacer una buena película. Ni siquiera una interesante. Ni siquiera una sincera.
La fuente de las mujeres es la historia de la lucha de las mujeres de un pueblo en el cual son ellas las encargadas de trasladar baldes llenos de agua, desde lo alto de un cerro hasta el pueblo, llevándolos sobre sus espaldas, como burros de carga. Muchas de ellas han perdido embarazos en el cumplimiento de su labor y será por ello que se desencadenará una batalla que pondrá en juego no solo quien portará el elemento vital, sino todo un conjunto de desigualdades de género instaladas en aquel pequeño poblado árabe. El particular modo de llevar a cabo la batalla de las mujeres será lo que suponen su única arma: no permitirán a los hombres tener relaciones sexuales con ellas, hasta tanto el tema del agua no quede solucionado.
Parece poco atinado criticar las loables intenciones del realizador, quien pretende visibilizar el modo en que las mujeres son sometidas en nombre de un conjunto de creencias y tradiciones dentro de aquel conjunto de países y culturas. Sin embargo el simplismo del rumano Mihaileanu, director cuyo estilo melodramático especulativo es ya conocido, es la marca que anula cualquier sentido de justicia del discurso.
En el propio comienzo del film presenta un epígrafe que explica que la historia a contar puede suceder en cualquier lugar del Magreb o del mundo árabe, sin necesidad de especificar el lugar y el tiempo. Inmerso de pies a cabeza en el mecanismo estereotipante conocido como Orientalismo (claramente desarrollado hace años por Edward Said), el realizador permite generalizar el conflicto que en la película está fundado en la tradición coránica, a todo el mundo árabe – musulmán. Mecanismo injusto, inculto y banal de la mirada eurocéntrica, la narrativa del sentido común, instalada en la Europa xenófoba y en la cultura occidental pro norteamerica post 2001, incluye a cualquier poblado, tradición o corriente islámica en “la misma bolsa”. No es que se ponga en dudas en esta nota la condición desigual de la relación de géneros en gran parte del mundo árabe, lo que es cierto que en muchos casos no proviene de una tradición religiosa, sino de la misma tradición material de la que proviene la desigualdad en el mundo occidental judeo cristiano. La operación que realiza el director es relatar una alianza indudable y generalizada entre atraso, corrupción estatal y dominio religioso como una constante a-histórica (sin momento ni lugar). Todo el mundo árabe (repito, tengan en cuenta el epígrafe inicial) constituye sus relaciones de poder del mismo modo y basada en el mismo origen.
Pero para quienes creen que la película es una acertada defensa de los derechos de las mujeres y de la igualdad, Mihaileanu no se priva de proponer una clara diferenciación entre el amor de madre y mujer, frente al amor de padre y hombre (salvo en aquellos educados, lo que permite pensar la mirada eurocentrista del realizador).
Y si todo esto fuera poco, la película no se priva de apelar al pintoresquismo de los bailes y los cantares supuestamente populares y los paisajes áridos.
Larga, aburrida, simplista, La fuente de las mujeres ve al otro con la vieja mirada caritativa del que mira desde la superioridad. Flaco favor le hace a las justas luchas de las mujeres árabes y de cualquier lugar del mundo.