La huelga del amor
El realizador de Ser digno de ser (Va, vis et deviens, 2005) y El concierto (Le concert, 2009), Radu Mihaileanu, entrega con La fuente de las mujeres (La source des femmes, 2011) una película que a partir de un caso particular reflexiona sobre el sentimiento de libertad y la lucha por él.
A varias mujeres de un poblado ubicado en algún punto del mundo árabe las reúne un ritual (heredado desde tiempos antiquísimos): ir a buscar el agua de una fuente, situada en la cumbre de una montaña. Tanto el sol, como el mismo esfuerzo, atentan contra su salud. Pero, estoicamente, ellas cumplen su labor. Hasta que un día Leila, una joven y enérgica mujer, propone un cambio, que consiste en dejar de tener sexo a modo de protesta. A partir de ese entonces, ellos también tendrán que hacerse cargo de la recolección del agua.
Esa anécdota extraída de un caso real es la que cuenta La fuente de las mujeres, una película que en buena parte de su metraje cumple con el objetivo de generar compasión por estas mujeres explotadas. Pero al mismo tiempo surge la pregunta: ¿podría ocurrir lo contrario? Desde ese punto de vista, el relato es en buena medida tautológico, apela a lo consabido para generar un espectador que ratifica lo que allí mismo emerge como justa protesta. La zona más atractiva del film radica, entonces, no tanto en el mensaje de emancipación, sino en las zonas de ambigüedad. Ubicada en un contexto indeterminado, esa abstracción le provee al relato la posibilidad de que su planteo alcance mayor universalidad, al mismo tiempo que en algunas secuencias se esboza un exotismo for export.
Es indudable la capacidad de generar climas que tiene Radu Mihaileanu, entregando momentos de tensión entrelazados con otros un poco más decorativos, que ayudan a construir un sentimiento de empatía con esas mujeres. Un verdadero personaje coral, si bien a medida que la trama avanza comienzan a aparecer matices y contrafiguras. Al mismo tiempo, el realizador ha tenido la habilidad de contar con una banda sonora de mesurado pintoresquismo, y una fotografía que va hacia el mismo sentido.
Poco a poco la figura de Leila (interpretada por Leïla Bekhti, actriz de potente carisma) irá fluctuando entre su rol de emergente político hacia el de mujer enamorada, que sufre por los desajustes matrimoniales. Sobre todo porque su marido es mucho más abierto al diálogo que la “media” del pueblo. Tal vez por su condición extranjera, ella sabe que su voz se destaca, aunque la llegada de un viejo amor (nunca termina de “encuadrar” dentro de la trama) ponga a tambalear su mundo interno.
Como dijimos anteriormente, más allá de los méritos formales, La fuente de las mujeres se termina encerrando en su propia espiral, como si se tratara de un simposio de ideas sobre oriente en donde prima un debate de larga data al que el cine tan sólo ilustra. Si el resultado termina arrojando un saldo a favor, es por esas zonas de confrontación que revelan al director como un narrador de oficio, capaz de dosificar el conflicto central con las contradicciones que todo proceso político y social introduce en cada persona.