Inteligente mirada sobre la condición femenina
La última película del aclamado director rumano Radu Mihaileanu ofrece, una vez más, una mirada personal y de denuncia a través de un cine profundo que nunca deja de lado su costado visceral y entretenido.
Así lo demostró en Ser digno de ser y en La ceremonia, sus trabajos anteriores, cuyas historias giraban en torno a personajes relegados u olvidados. En La fuente de las mujeres se repiten sus tópicos en una trama ambientada en un pequeño pueblo del Norte de Africa, cuyas mujeres siguen la tradición de ir a buscar agua a las montañas.
Sin embargo, ellas sufren en carne propia esa dura travesía y, Leila, una joven casada, propone una huelga a sus compañeras: se niegan a mantener relaciones sexuales con sus maridos hasta que ellos hagan ese duro trabajo.
Otro destacado film en la carrera del realizador que muestra la situación de la mujer en circunstancias sociales y familiares poco favorables, el aislamiento y la búsqueda de un progreso que nunca llega por diversas cuestiones (no tienen agua potable, ni electricidad pero hablan por celular).
Esta co-producción entre Bélgica, Francia e Italia no deja de ser una fábula que contrasta la cultura autóctona con los avances del mundo occidental (Coca Cola dice presente) en una historia impulsada por mujeres humilladas que colocan los cánticos como señal de denuncia contra las injusticias que las aquejan.
Por la pantalla también desfilan relatos de amor y desamor, cartas que van y vienen, y un periodista que está en el ojo de la tormenta. Sometimiento y sumisión versus rebeldía e imposición son los pilares en los que se apoya esta realización que se mueve entre Alá, tules, apariencias engañosas (sobre el desenlace) y cantos de salvación. Y el sólido elenco hace que el agua llegue a buen puerto.