La fuente de las mujeres

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Cuando la hora del cambio llega

Esta película del director francés de origen rumano Radu Mihaileanu ofrece una mirada refrescante de un conflicto ancestral, ambientado en una aldea africana de población islámica, ubicada en algún punto del norte de ese continente y tal vez próximo a Medio Oriente.

La ubicación no demasiado precisa obedece al estilo narrativo elegido y también quizás a la voluntad de no apuntar directamente a ninguna región en particular, con un tema tan sensible.

Lo que Mihaileanu pone en escena es un conflicto que se suscita en esa pequeñísima población, cuando las mujeres deciden rebelarse ante una costumbre tradicional a la que consideran no sólo injusta sino peligrosa para la misma subsistencia.

La cuestión es que, precisamente por tradición, son las mujeres las encargadas de traer el agua al poblado, de una fuente surgente que está en lo alto de un cerro. Al lugar se llega a través de un estrecho sendero pedregoso y el regreso, con los baldes cargados, suele provocar accidentes. La pérdida de un embarazo a raíz de una caída, es la chispa que enciende la protesta.

El relato está presentado como una fábula, inspirada en una comedia griega (“Lysístrata” de Aristófanes) y los cuentos de las “Mil y una noches”, en una evidente intención de aunar culturas y poner el eje en un tema que de algún modo es universal.

En esa aldea perdida entre áridas colinas, vive un pequeño grupo de seres humanos con escaso contacto con los avances de la civilización. Si bien, tiempo atrás, los hombres estaban ocupados en hacer la guerra (no se especifica cuál, pero la región está signada por conflictos interminables), ahora están la mayor parte del tiempo ociosos, en un bar, tomando té, jugando a las cartas, mirando el tiempo pasar. Y las mujeres son las encargadas de hacer todos los trabajos, aun los más pesados como el que dispara el conflicto.

Microcosmos

El tono de fábula hace que tanto los personajes como las situaciones sean tratados como arquetipos. Esa pequeña comunidad es vista como un microcosmos en donde cada rol, presentado con grandes rasgos, representa uno de los valores en juego: está la matriarca, el imán, el maestro, la dulce esposa que no es bien vista por la celosa suegra, el maestro y fiel esposo, el patriarca que debe poner orden, la adolescente presa de las angustias de su primer amor, el enamorado perdido que regresa, el mercader y mensajero... y allá, afuera, el mundo, la ciudad, la civilización, cuyos beneficios tardan en llegar.

La mirada de Mihaileanu es amable y si bien la tensión crece en algún momento, ya que las mujeres deciden mantener una huelga de sexo hasta que los hombres entiendan que tienen que colaborar con la tarea de traer el agua, la violencia no alcanza niveles inmanejables. El guión pone en el tapete la interpretación del Corán, que autoriza a los maridos a castigar físicamente a sus mujeres, por lo tanto, más de una sufrirá en carne propia la ira de su esposo rechazado. Están en juego también el orgullo, la vergüenza, la humillación, la amenaza a las tradiciones, el temor al cambio.

En algún momento se produce una confrontación coral entre mujeres y varones, pero finalmente la jugada femenina dará sus frutos, el reclamo trascenderá los límites del pueblucho, llegará a oídos de las autoridades de la ciudad y se resolverá. “La fuente de las mujeres” es un canto al amor y a la solidaridad y una apuesta por la difusión del conocimiento y por las soluciones negociadas para superar los conflictos. Y pretende mostrar cómo los cambios vienen a partir de la necesidad y no por una imposición coercitiva, aunque a veces, alguna presión parece ser necesaria.