Mucha agua bajo el puente
De antemano, el director rumano Radu Mihaileanu advierte que la historia que se verá a continuación obedece a un relato o cuento para habilitar el tono y registro de fábula que operará como condicionante en el film La fuente de las mujeres.
Si nos remontamos a épocas antiguas, el antecedente de esta historia se remonta a Aristófanes y a su obra Lisístrata del 411. Las semejanzas entre aquella obra teatral de la Grecia clásica a la versión moderna orquestada por el director de El concierto son varias.
Todo sucede en el marco de un pueblo en el norte de África, de fuertes raíces islámicas, donde las diferencias entre mujeres y hombres son más que evidentes al tener ellas que buscar el agua que emana de una fuente, soportando el peso de baldes que deben cargar a diario en un terreno atravesado por piedras y muy riesgoso para su contextura física.
El accidente que sufre una joven embarazada al tropezar en el camino y así sufrir la pérdida de su bebé despierta la indignación de la joven Leila (Leïla Bekhti), quien se niega a celebrar el nacimiento de otro niño hasta que no cambien las condiciones de sometimiento de las mujeres con los maridos y hombres de la comunidad. Ellos se amparan en la tradición para no hacer el trabajo pesado y depositan en las mujeres esa responsabilidad hasta que la protagonista de la historia, que se diferencia de sus pares por saber leer y escribir, propone hacer una huelga sexual hasta que la situación no se revierta y los hombres carguen con la tarea de la búsqueda del agua.
Su rebeldía primero recibe un mínimo apoyo de las mujeres del pueblo, cuyo único esparcimiento es la posibilidad de ver novelas mexicanas por televisión y soñar con esas libertades que no tienen, aunque luego con el correr de los días el apoyo es casi unánime. La situación por un lado desencadena un conflicto entre hombres y mujeres, cuyas resonancias atraen otros conflictos de mayor envergadura y no previstos como por ejemplo la disolución de varios códigos que dejan de tener peso entre las mujeres, entre ellos casarse con un hombre para reproducción o la obligación de tener relaciones sexuales porque así lo establece la diferencia de géneros; la ausencia del gobierno en materia de generar mejores condiciones para que el pueblo tenga el agua que necesita y no dependa de la fuente.
Como toda fábula, el peligro que debe sortear Radu Mihaileanu, más allá de sus buenas intenciones de denuncia sobre la penosa situación de las mujeres árabes, es el verosímil de lo que se está contando y más aún de cómo ese relato puede sostenerse sin que resulte ingenuo o forzado en sus acciones.
Por ese conflicto -sin resolución- que genera ruido entre un corte realista más centrado en el costumbrismo y con una fuerte mirada ingenua para enfatizar la idea de fábula, el film rebalsa de metáforas y alegorías fáciles que pueden resultar un tanto chocantes así como el poco sutil constaste entre modernidad y tradición, primitivismo y tecnología.
Así las cosas, esa fuente donde el agua fluye no es otra que la fuente de las ideas que cambian y chocan contra la piedra de la tradición; contra la rigidez de los dogmas que aprisionan el pensamiento o lo dirigen por un único cauce como es el caso de la interpretación de las sagradas escrituras del Corán por parte de los Imanes que son hombres y no precisamente imparciales.
El atractivo del film lo constituye la fuerza de la protagonista al enfrentarse desde su condición de mujer a un universo machista y retrógrado como parte de la expresión del deseo de libertad, a pesar de los exabruptos y licencias poéticas de Mihaileanu, quien también al igual que en la obra teatral clásica de Aristófanes utiliza la danza y el canto para dejar en claro las ideas.