El director de El concierto (2009), Radu Mihaileanu, vuelve con esta película sobre una aldea en Medio Oriente en el que las mujeres, cansadas de perder sus embarazos a causa de traer agua desde una fuente arriba de la montaña, deciden realizar una huelga de sexo.
La temática recuerda mucho a "Lisístrata", la comedia clásica de Aristófanes donde la huelga de sexo era para evitar que sus maridos fueran a la guerra. Aquí la cuestión de los hombres guerreros también es importante, pero desde la óptica de un pueblo que ya no está en lucha, sino en período de paz. Frente a la sequía (con su consecuente falta de trabajo, ya que la tierra no produce nada) y frente a la ausencia de batallas, los hombres no tienen nada que hacer, mientras las mujeres mantienen las tradiciones de épocas bélicas. En ese contexto, Leila (Leïla Bekhti) propone defenderse con el único arma que las mujeres poseen: su cuerpo. Al igual que en la pieza de Aristófanes el tono cómico es mantenido en gran parte del film, pese a lo profundo y trágico de la temática.
No es la primera vez que Mihaileanu trabaja con personajes femeninos fuertes que militan por la vida y defensa de sus familias. Aquí esa batalla está asociada a la metáfora del agua: sin agua no hay vida. Y también destaca que aunque los hombres esgriman ese argumento, la religión no es un obstáculo para la igualdad de las mujeres en el Islam, sino que fueron interpretaciones anquilosadas por los años, pero que el Corán no habla en ningún momento de la inferioridad de la mujer.
En cuanto al casting, contaba el director en la rueda de prensa de la 8ª edición de Pantalla Pinamar, que fue un desafío la cuestión idiomática. Él buscaba una unidad y dado que el árabe clásico ya nadie lo habla se decidió por el árabe de Marruecos. Pero no todos hablaban ese dialecto, e incluso los actores marroquíes hablaban con tonos y acentos diferentes a los de la gente común, por lo que tuvieron que adaptar su lengua a la de los actores no profesionales del pueblo donde filmaron. Durante tres meses ensayaron entonces esta lengua unificada, al estilo de los cuentos tradicionales árabes. Doble desafío por el hecho de que él mismo no habla esa lengua, lo cual supuso un conflicto a la hora de dirigir.
Otra cuestión fundamental ligada a la dirección de actores fue la importancia del canto femenino. Mihaileanu pasa, antes de rodar, mucho tiempo en la cultura en la cual va a realizar su film: entrevista a los pobladores, asiste a fiestas, se reúne con antropólogos y especialistas. En ocasión de La fuente de las mujeres, llamó su atención una mujer anciana que –al estilo de los rapsodas antiguos en la época ágrafa- improvisaba con su canto historias ficcionales y noticias de la actualidad, mientras insertaba de manera metafórica denuncias acerca de las injusticias sufridas por las mujeres de la aldea. Esas ancianas tienen mucha notoriedad y los hombres no se atreven a enfrentarlas. Mihaileanu rescata que las mujeres carecen de educación formal pero que tienen un valor poético mucho mayor que el de nuestras sociedades letradas.
Ese es el espíritu que se desprende de la película, cuando a través del canto que las mujeres exponen para el resto y entre ellas, el sufrimiento que padecen. En este sentido es que ha tenido que trabajar el director para que la música expresara dramáticamente lo que el guión necesitaba y a la vez respetara la cultura a la que hace referencia.