Más denuncia que cine
Esta película sobre Aung San Suu Kyi -una política birmana que encabezó durante años la lucha contra la sangrienta dictadura militar de su país y ganó el Nobel de la Paz- cumple con el decálogo completo de las biopics épicas y políticamente correctas destinadas a despertar conciencias y salvar culpas.
No puede decirse que Luc Besson filme mal (es un director virtuoso a la hora de los encuadres), ni tampoco cuestionarse las interpretaciones de la gran Michelle Yeoh y de David Thewlis (como su fiel y estoico marido), pero los 132 minutos del film están tan llenos de lugares comunes, de golpes bajos y de subrayados que el suplicio de una madre (ella no puede abandonar su país para reencontrare con su familia porque en ese caso no podría regresar a Birmania) se convierte en otro suplicio: el del espectador.
Las escenas de los militares birmanos (cuando planean la represión y cuando la concretan, con matanzas de hasta 5.000 opositores) son tan ridículas que dan vergüenza ajena. En el terreno del drama más intimista, la cosa mejora un poco gracias a la solvencia de los dos protagonistas y porque las resoluciones no resulta tan torpes, obvias y maniqueas.
El despliegue de recursos para las escenas de masas o las apelaciones bienintencionadas a la solidaridad internacional para luchar contra los abusos a los derechos humanos en un país como Birmania no alcanzan a compensar los desatinos y limitaciones de una película que resulta mucho más importante por lo que dice que por lo que muestra (lo que narra con genuinos recursos audiovisuales). Y eso, en cine, no es un buen augurio.