Una orquídea de acero en la lucha
El director francés narra la historia desde el amor de su esposo inglés, que entiende el rol clave de esta política birmana. Ella fue la figura emblemática de la oposición contra la dictadura militar que ocupó el poder entre 1962 y 2011.
No es este el tipo de films que la Academia tiene en cuenta a la hora de la premiación. Y lo cierto es que hoy, a la hora de su estreno, sólo una sala lo recibe de manera silenciosa, ya que el mismo no cuenta con toda esa plataforma, con todo ese andamiaje publicitario de los films más taquilleros.
Y si bien su título original es The Lady, no este el caso de The Iron Lady, conocido aquí, en los días de la entrega de los Oscars, como La Dama de Hierro, film en el que la brillante realizadora de comedias musicales Philippa Lloyd nos ofrece un benévolo y complaciente, por momentos intolerable retrato de aquella mujer que comenzó a postrar de rodillas a gran parte de la sociedad de su tiempo, ante su devastadora política económica en los primeros años de la globalización y continuada hoy por los nuevos mercaderes del dios Euro. Por lo menos así, yo lo pienso. Hollywood prefirió premiar desde ese escenario de alfombras rojas y falsas estatuillas los acuerdos extracinematográficos de los Reagan y los Bush; e igualmente los parecidos físicos, las caracterizaciones que pueden la labor de los maquilladores y los comportamientos miméticos entre la eximia Meryl Streep y la despótica Margaret Thatcher.
Si aquella mandataria aún hoy sigue siendo definida como "La Dama de Hierro", el personaje del film de Luc Besson, La fuerza del amor, que finalmente pudimos conocer esta semana, se la identifica, antitéticamente, como La orquidea de acero; epíteto que en el film se va modelando desde su accionar, desde los días tempranos en el que se siente movida a continuar el ideario de su padre, el de aquel hombre que tanto había luchado por la independencia de Birmania.
Alejado ya de toda una filmografía en la que reconocemos una franca exposición y explosión de la violencia, el director Luc Besson coloca una vez más, como en tantos otros films, (pensemos en su particular y controvertida versión de Juana de Arco), a la mujer como centro y móvil de un relato épico y al mismo tiempo, no por ello, ajeno a ciertos pliegues del melodrama; marcado, señalizado en este film que sí, hoy nos conmueve, y por momentos nos arrebata, desde ciertas situaciones en las que basta tal vez un gesto, una mirada, ciertos arrebatos, algunas expresiones, un fraseo musical, la escritura de una carta o las palabras dichas por un hijo a su madre a miles kilómetros de distancia, estando ella en su arresto domiciliario, cuando le entregan el Premio Nobel de la Paz en 1991.
De esta mujer llamada Aung San Suu Kyi, estamos hablando. Y entonces me di cuenta de lo poco que conozco de las problemáticas de otras culturas, del mismo Oriente. A ella sí, me estoy refiriendo. Y una vez más debemos agradecer al cine por abrirnos los horizontes a otras miradas. Y en este caso, es un director francés, que desplazó su mirada eurocéntrica hacia un espacio clausurado por el miedo y el autoritarismo, hacia la lucha y la militancia que lleva adelante, de manera pacífica una mujer, sin asumir ningún carácter mesiánico desde su condición de guía; motivando, empujando a resistir, para que frente a un orden dictatorial se restablezca un auténtico sistema democrático.
En su lucha por los Derechos Humanos, nuestra protagonista, recibirá el nombre de Orquidea de Acero. Y en esa lucha se va planteando un continuo debate entre esa acción continua, desde su lugar, allí, en Birmania, y el amor por su familia, su marido, el profesor Michael Aris, estudioso de los temas de estas culturales, y sus dos hijos. Debate permanente, conflicto y dilema ético, zona de interrogantes; todo se lee en el rostro de esta mujer interpretada admirablemente por Michelle Yeoh, tan notable en el campo de la actuación, tan sorprendente en sus registros; considerada por igual en el cine de géneros, créase o no, "la reina de las artes marciales", una de las actrices principales de El tigre y el dragon.
Si bien la lucha de esta mujer es la que pasa a primer plano, para su director, lo que lo movió a realizar el film fue el amor de su marido hacia ella. En declaraciones cuando la presentación del film en la apertura del Festival de Roma hacia fines del 2011, Luc Besson comentaba: "El manifiesta todo su amor hacia ella, comprende ese alejamiento hasta el final y se entrega a sí mismo en esa vocación militante. Es entonces que podemos igualar ambos destinos, independientemente de las fronteras geográficas que separan a Inglaterra de Birmania".
Y fue entonces cuando comencé a pensar en aquel sublime film de Bernardo Bertolucci, de mediados de los años 90. Lo conocimos aquí como Cautivos del amor. Y su título original es L`ASssedio. En él, el mismo actor, David Thewlis es un compositor que vive en un caserón muy cerca de Piazza Spagna, quien un día contrata a una joven africana, exiliada, estudiante de Medicina, cuyo compañero está encarcelado por motivos políticos en Sudáfrica, para los servicios domésticos. Entre ambos, tras ciertas tensiones se iniciará un cierto diálogo, una mayor comprensión a través de la música y una entrega ante una causa libertaria.
Tras films como Subway, El perfecto asesino, en el que vimos debutar a Natalie Portman, Le grand bleu, un viaje a otras profundidades, Luc Besson, a sus cincuenta y dos años, redefine aspectos de su obra anterior y nos ofrece un retrato de una mujer y su tiempo, de una mujer en el seno de una familia y de su tradición; de voces que se van abriendo desde una ética insobornable ante la fuerza prepotente de los que violentan el orden institucional, de los que avasallan los principios de la dignidad humana.