Bernardo es el director de una funeraria, que dirige desde su casa. En la parte delantera recibe a sus clientes, mientras que en la trasera vive su familia disfuncional entre ataúdes, coronas y traviesos entes sobrenaturales que les visitan a diario.
Me da orgullo cuando una película argentina recorre el mundo y regresa con su vuelta de la victoria a estrenarse en tierras nativas. La funeraria, ópera prima de Mauro Iván Ojeda, es una de ellas. Y tras tener su estreno privilegiado en la plataforma de streaming norteamericana Shudder, dedicada completamente al género del horror, la combinación entre el terror puro y el psicológico arriba a salas selectas y a medios digitales para asustar con una historia de fantasmas y apariciones a la cual demasiados condimentos narrativos quizás le hayan jugado una mala pasada.
El inmueble del título entonces es el escenario principal donde se desarrolla la acción. Los protagonistas de la historia son una familia ensamblada a la cual iremos conociendo poco a poco, y la película nos irá diciendo que las cosas no están del todo bien para ellos. Está Bernardo (Luis Machín), el ahora dueño del negocio familiar tras la poco comentada muerte del patriarca, quien lleva adelante el duro duelo y el peso a cuestas de la funeraria con Estela (Celeste Gerez), su mujer. Junto a los dos se encuentra la hija de ella, Irina (Camila Vaccarini), una tempestiva adolescente que discute todo y es víctima de sucesos paranormales de los cuales se queja con una parsimonia absoluta en vez de un pánico incipiente. El ambiente familiar no es el óptimo, las rencillas verbales están a la orden del día, y el trío reacciona al caos sobrenatural con una apatía y cansancio increíbles. Acostumbrarse a vivir así debe ser una tarea titánica.
La Funeraria, película, Luis Machín
Admiro de Ojeda la capacidad de ir adentrándose en el relato con ritmo y aciertos narrativos, dejando que el espectador vaya sumergiéndose en esta pesadilla interpretando datos, escenas y conversaciones. El público es partícipe de lo que sucede minuto a minuto y las pistas sobre la maldición se van recogiendo fotograma a fotograma. La raíz del mal llegará, pero los más impacientes deberán esperar su turno mientras que el terror psicológico hace de las suyas angustiando a la familia que ni siquiera puede utilizar el baño de noche porque es territorio tomado por las ánimas.
Pero La funeraria falla cuando todos sus elementos forman un engrudo que llega a una conclusión no ilógica pero densa. Al drama familiar sobre las dificultades de formar una familia con hijos ajenos se le suman problemas maritales, la sombra de un exmarido abusivo, problemas psicológicos individuales, desidia para con la tercera edad y, sobre todo, un trasfondo de artes oscuras que terminará siendo el catalizador del acto final para entender toda la historia. Atentos, no está nada mal querer unificar todos estos conceptos pero la película un poco los desperdicia con un final atolondrado, donde se pone en boca de una médium (Susana Varela) el quid de la cuestión. Una explicación rebosante de mala leche de lo que viene ocurriendo desde el comienzo, que resulta un intento amateur de explicar todo cuando hay cosas que es mejor no explicarlas.
El desenlace explota la actividad paranormal a la décima potencia, pero errores crasos como un personaje que se rehúsa a claudicar terminan siendo hilarantes, y una escena onírica con baile incluida apunta a generar catarsis emocional pero en ningún momento se siente como una conquista consagratoria. Al final, La funeraria prometía una mixtura interesante de subgéneros pero se queda corta al aterrizar con soltura en su tramo final.