El cine de terror argentino se ha diversificado a lo largo de las últimas dos décadas, mediante una prolífica producción que ha perseguido circuitos de exhibición alternativos, como el Festival Rojo Sangre. Dentro de las coordenadas de un género altamente redituable para la industria, creaciones de bajo presupuesto y notable éxito en la crítica han caracterizado la proliferación de cineastas como los notables hermanos Onetti o el siempre provocativo y original Daniel de la Vega. Mauro Iván Ojeda, joven realizador argentino, sigue la senda trazada por los citados exponentes con “La Funeraria”, reciente incursión del medio audiovisual nacional en terrenos francamente espeluznantes…al menos tal es la premisa.
Quien fuera autor y director de los cortometrajes “La de Messi” (Nominado a Premios Cóndor de Plata) y “La Nueva Biblia” (seleccionada para múltiples festivales internacionales), lleva a cabo su ópera prima en largometrajes. Un currículum promisorio no condice con la resultante de un debut ineficiente. Literalidad en su máxima expresión, apenas comenzado el film, la invasión de clichés cumple con su amenaza de sucederse, sin piedad alguna: conocemos de antemano la sombra que se reflejará tras un cristal, la repentina aparición de una tenebrosa figura en un espejo, un filoso cuchillo atravesando la pared hasta desgarrar el sentido común y la tétrica escritura sobre el vidrio empañado de una ventana; aunque los mensajes que el ente espiritual profiere son en extremo ridículos. Evidentes síntomas de un género ultra reciclado y agotado de ideas originales. Más sencillo resulta pervivir de otrora clásicos bajo la tranquilizadora figura inspiradora. No es un mal endémico, Hollywood sabe más que nadie como clonar el terror más previsible.
Habrá gritos aterradores y una ominosa atmósfera doméstica, aunque la causa circunstancial no infunda el menor temor. La fórmula conocida y trillada, repetida por generación espontánea. Del guiño homenaje al explícito naufragio de ideas sin escalas, y de lado a lado de su arco evolutivo (inversamente proporcional) el asombro ante una evidente falta de criterio a la hora de encontrar el tono dramático acorde a resolver las tensiones físicas y espirituales que el argumento nos presenta. Circunscribirse a las premisas remanidas que manufacturan productos comerciales, sin el más mínimo interés de realizar un arte original, se dilapidan por completo las chances de una película que navega en piloto automático, sumida en su propia tibieza. ¿Seremos un público exigente de una vez por todas? ¿ Nos animaremos a cuestionar la simplicidad ramplona con la que intentan conformarnos?
En “La Funeraria” abundarán picaportes que se mueven de forma sobrenatural, aunque casi nunca el sobresalto valga la pena ni sea algo dificultoso de anticipar. Gravitará, también, una grandísima pobreza argumental que corrobore lo anteriormente expuesto. Un ejercicio de diálogos tristemente ampuloso comete el pecado de exponer al absurdo a un actor de raza como Luis Machín, por completo desaprovechado y fuera de tono. Lo que abunda, daña: la escasez de recursos a la hora de infundir genuino miedo denota una preocupante mediocridad a la hora de concebir un producto que bebe de las fuentes inspiradoras de todo el terror hecho y derecho creado, multiplicado y, hasta el hastío, transitado por el Hollywood más pasteurizado. Lo excedente subraya la rápida consumición.
De forma subliminal, se manifestarán las grietas existentes en lazos familiares disfuncionales y se planteará la cuestión de la violencia de género como mera excusa de ‘serio trasfondo’ para una burda justificación hecha de impostada corrección ideológica. La falsa reivindicación moral del cine de autor encubierto. El fin no justifica los medios, aunque nobles hayan sido las intenciones del premiado cineasta. La profundidad mal concebida dentro del formato de terror fantástico resiente una propuesta deficiente desde su acabado estético conceptual. Es el summum del lugar común que invade los espectrales ambientes de una casa encantada, como escenario para un film rayano con la parodia. La nimiedad y el sinsentido nos ponen a prueba, nuevamente. Acabaremos gritando solos en nuestra habitación. Y no de miedo. De frustración.