Bernardo (Luis Machín) es el dueño de la funeraria que da título al film, y la heredó de su padre Salvador (Hugo Arana en un muy breve rol). El negocio comparte espacio (uno adelante y otro atrás) con la vivienda familiar donde mora con su mujer Estela (Celeste Gerez) y su hijastra Irina (Camila Vaccarini). Nadie está cómodo en esa casa, lúgubre y sombría. De hecho Irina no hace más que pedirle a su madre que la deje mudarse con su abuela. Cada uno carga con su cruz, el matrimonio está apagado, Estela sufre por un pasado que la atormenta y que tiene que ver con el ya fallecido padre de Irina, aparentemente maltratador. Mientras su hija lo extraña, su presencia se percibe en el hogar... A medida que avanzan los minutos la historia no avanza y gira sobre lo relatado. Hay presencias en la casa pero no pueden abandonarla. En ese lugar se hace imposible vivir, entonces Irina, al sentirse amenazada, va en busca de su objetivo, y Bernardo hará un intento desesperado por traer a la casa la ansiada paz mediante la médium, Ramona (Susana Varela). Es un género nada fácil y el espectador encuentra más interrogantes que certezas a pesar de las buenas intenciones. Cuenta con buenas actuaciones y atrae desde lo visual pero no atrapa.