Expandir el universo de La gallina Turuleca era, a priori, un ejercicio de imaginación muy interesante ya que la canción que le dio origen -popularizada por Gaby, Fofó y Miliki a comienzos de los 70- no iba mucho más allá de una somera descripción de su aspecto y de su mala costumbre de poner huevos en lugares inconvenientes. Sin embargo, con los resultados a la vista, el debut cinematográfico del ave cacarea por caminos tan transitados como previsibles.
Si se tiene en cuenta que el público al que apunta este film es el de los (muy) chiquitos, lo del lugar común no sería tanto inconveniente; más preocupante sí, es el problema estructural de la narración, reducida a una sucesión de situaciones de vuelo corto: Turuleca es discriminada por su aspecto, encuentra a una dueña que la acepta y valora, aprende a hablar, un accidente la lleva a unirse al circo donde en un parpadeo se convierte en atracción, hay un villano, llega a la gran ciudad… y así.
No hay mucho tiempo ni voluntad para profundizar en situaciones o personajes, el objetivo parece ser apresurar una serie de imágenes coloridas, intercaladas con un puñado de eclécticas canciones (desde Macarena hasta Será que no me amas, pasando por La vie en rose) colocadas con precisión quirúrgica y sin demasiada justificación.
Se extraña alguna alusión manifiesta a los payasos televisivos más allá de una forzada referencia a Don Pepito y a Don José, aunque sí las hay a Volver al futuro, E.T. o Coco, entre otras. Si bien se le notan las buenas intenciones, a esta gallina Turuleca el cine le queda grande.