Las obsesiones de un padre
En “Graduación”, el rumano Cristian Mingiu explora en las decisiones de un médico tras el ataque sexual que sufre su hija. Simple y extraño a la vez, el filme navega dos horas por un registro de agobiante tensión.
Graduación es una película simple y extraña a la vez. Por un lado, parece hablar la lengua común del cine independiente internacional: la cámara minuciosa (a Romeo, el médico que protagoniza el filme, lo vemos en primer plano cortando pan, cebollas, limones, en escenas distintas); la ausencia de banda de sonido; la aceptación de la cadencia triste de la vida cotidiana; la falta general de “humedad” en la comunicación entre los personajes.
Sin embargo, a esos elementos simples se agrega un comienzo brutal cuando Eliza, la hija Romeo, sufre un intento de violación la mañana anterior a que rinda los tests de los que depende una beca para estudiar psicología en Inglaterra. Esa misma mañana, una piedra hace un hueco en la ventana de la casa que comparten con Magda, la madre.
A partir de esos dos elementos, el clima de la película se enrarece, todo parece hacerse pedazos, y el disparador definitivo es un conflicto burocrático, ético y, en un sentido también, político.
Rumania no parece (al menos en la consideración de Romeo) la tierra de las oportunidades. Mientras lidia con un matrimonio en crisis y con una relación paralela, el médico pone en movimiento las ruedas de la influencia para favorecer a su hija cuando el ataque sexual amenaza con impedir su participación en los exámenes y el despegue hacia una vida mejor. Ni Eliza ni Magda (incapaz de subordinar su ética a su ambición, pero acusada de “sacarle el cuerpo” al problema) comparten la decisión.
El peso sufrido por Eliza, obligada a sostener las fantasías paternas de realización; los hechos de violencia inexplicados; la aparición de dos ominosos burócratas que investigan a uno de los poderosos que ayudan a Romeo; la obsesiva investigación parapolicial del médico para encontrar al responsable del ataque a su hija; el niño de su amante con el rostro cubierto siempre por una máscara de macho cabrío; esa especie de cansina ronda sin descanso a la que se entrega Romeo: todo le da a la película un ritmo misterioso. Ritmo que desmiente su final, quizás demasiado calmo para esa atmósfera de rara tensión que domina las dos horas de duración de este drama.