En 2007, con 4 meses, 3 semanas, 2 días, el director rumano Cristian Mungiu logró la primera Palma de Oro en Cannes para su país. Diez años después, Mungiu saca el premio compartido a mejor director (junto a Olivier Assayas, por la recientemente estrenada Personal Shopper) con un film que vuelve a posicionarlo, a él y al cine rumano, en la vanguardia del séptimo arte.
Graduación es la historia de Romeo (Adrian Titieni), un médico obsesionado por que su hija Eliza (Maria Victoria-Dragus) consiga la graduación que le permitirá viajar a estudiar en Londres. Pero el camino será largo y sinuoso –más para él que para Eliza, quien, comenzando un noviazgo con Marius, está en verdad poco interesada por un futuro en tierras lejanas–. Todo empieza una mañana, con un piedrazo que agujerea una ventana de la casa. Un piedrazo de mal agüero.
Romeo sale a buscar al vándalo pero no halla a nadie, y la serie de “accidentes” seguirá. Romeo está convencido de que alguien lo sigue, sin razón aparente. Lo único cierto es que Romeo se porta mal, y puede haber culpa en la paranoia. Separado a medias de Magda (Lia Bugnar), el médico comparte la casa familiar pero duerme en el sofá del living, y a escondidas se ve con Sandra (Malina Malovici), una preceptora del colegio de Eliza varios años menor que él. Una de las tantas mañanas en que acerca a Eliza al colegio, apurado por acostarse con Sandra, Romeo deja a la chica a unas cuadras de la escuela y termina siendo acosada y casi violada.
El incidente pone al médico en contacto con la policía del pueblo, y así arrancará una cadena de favores que terminará con un jefe corrupto y muy enfermo, en cola de espera por un órgano. Mungiu narra con la torpeza y el cansancio de Romeo, un hombre obeso, insatisfecho con su presente; un hombre que reniega de su país y hará todo lo posible por que Eliza pueda irse a Gran Bretaña. Su único horizonte es ese, y hallar al acosador de su hija. Todo lo demás, su separación, las demandas de Sandra, los recovecos policiales, no son más que piedras en el zapato. Y hablando de piedras, ¿quién acaba de astillarle el parabrisas del coche?
Envuelto entre lo trascendente, lo trivial y lo misterioso, Mungiu hace navegar a su film por distintas aristas que se interconectan, y cuyo único denominador es Romeo, pasajero de una especie de pesadilla light. En ese vaivén entre el realismo y lo inexplicable, algo curioso y por completo ajeno a las voluntades, Mungiu vuelve a coronar al cine rumano como uno de los más completos y satisfactorios de la actualidad. Allí arriba, junto a otros colegas como CorneliuPorumboiuj, RaduMuntean y Cristi Puiu, está su podio.