Lo que subyace
A pesar de la caída del socialismo real en Europa del Este, las políticas neoliberales, el fracaso de la promesa de integración continental con el occidente democrático burgués y la situación de la industria cultural en los países con inestabilidad económica y política como dispositivos de expresión del malestar social, han impactado en el cine de los países que integraron el Pacto de Varsovia. En este sentido, el cine rumano, particularmente, se ha consolidado como un faro de cine social de gran calidad con historias incisivas que ponen en cuestión tanto el legado comunista como el presente capitalista.
Graduación (Bacalaureat, 2016), el último film del talentoso realizador rumano Cristian Mungiu -(4 Meses, 3 Semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamâni si 2 zile, 2007)- plantea la brecha entre padres e hijos, las contradicciones sociales del país, las diferencias generacionales, la idiosincrasia rumana y la violencia social que subyace a las sociedades bajo el capitalismo financiero.
Cuando su hija Eliza es atacada por un preso recientemente fugado de la prisión, a plena luz del día en la calle, sin que nadie la ayude ni intervenga, la vida que su padre, Romeo, planeaba para ella se viene abajo y sus decisiones comienzan a marcar un peligroso camino que lo aleja de su familia y lo acerca al abismo. Debido al intento violación, la beca que Eliza consiguió para continuar sus estudios universitarios en la Universidad de Cambridge en Inglaterra peligra debido a la posibilidad de que no pueda obtener las calificaciones que necesita para ingresar por el trauma de la situación que la lleva a replantearse la necesidad de continuar su vida lejos de su familia, su país y sus seres queridos.
El film de Mungiu se centra en el personaje de Romeo (Adrian Titieni), un médico cirujano que ha regresado junto a su esposa a Rumania en el año 1992 tras la caída del régimen de Nicolae Ceausescu, el político que manejó con brutalidad el Gobierno de Rumania desde mitad de la década del sesenta hasta su destitución y ejecución en 1989. El médico idealista llega a una Rumania post revolucionaria para encontrar que las viejas prácticas de favor por favor continúan y la sociedad occidental que él deseaba para su país se diluye bajo el peso de los escombros de la realidad social de los ex países soviéticos, devenidos patios traseros de la nueva Europa liberal.
Con muy buenas actuaciones Graduación crea una atmosfera de opresión social de la que los personajes no pueden escapar, inmersos cada vez más en una maraña de corrupción que atraviesa toda la sociedad y representa el fracaso de la generación que creyó que podía cambiar la idiosincrasia rumana según los cánones de comportamiento de las democracias occidentales.
Una cuestión muy interesante del film es la violencia latente que pende sobre la sociedad. Todos los días alguien ataca a Romeo y a su familia, ya sea una piedra contra su ventana o contra su auto; algo macabro se cierne, como en Escondido (Cache, 2005), el extraordinario y perturbador film de Michael Haneke. La esperanza de enviar a su hija choca con la realidad, las investigaciones de corrupción de los nuevos funcionarios y el abatimiento ante la derrota de los ideales.
Al igual que films estrenados recientemente como Illegitimate (2016), de Adrian Sitaru, Graduación resume el trauma de la nueva Rumania, sus paradojas políticas y sociales, la sensación de subordinación, la mirada y la relación del país con el resto de Europa y su complejo de debilidad e impotencia ante el agotamiento de la revolución, que se consumió en su propia reacción contra el anquilosado y absurdo régimen socialista dirigido por un político megalómano sanguinario y autoritario. Rumania pone al cine social nuevamente ante los problemas de una realidad que necesita de sujetos sociales que la transformen; quedará en el espectador lo que ocurra tras la proyección.