No es “El lobo de Wall Street”, pero tiene sus momentos
La crónica de la debacle financiera de 2008 está contada en "La gran apuesta" a la manera de las películas de cine catástrofe, sólo que el director Adam McKay le imprime tonos de comedia y le dedica más metraje a los prolegómenos de la hecatombe que al evento apocalíptico en sí mismo, lo que lamentablemente estira innecesariamente todo el asunto, volviéndolo menos interesante de lo que podría ser.
Igual que en los films de catástrofes naturales donde algún científico ve señales de un posible sismo o erupcion volcánica, pero nadie le da crédito hasta que es demasiado tarde, aquí los protagonistas son un grupo de operadores no especialmente o directamente marginados del sistema financiero que desde hace algunos años ven señales fraudulentas en el mercado de bonos hipotecarios y de a poco encuentran la manera de apostar en contra del mercado, para hacerse ricos cuando todos los demás se vean castigados por la crisis.
Entre estos personajes hay un analista tuerto que evidentemente fue rey en el país de los ciegos que se resistían a ver lo evidente, unos banqueros que tuvieron el dato por un llamado de alguien que se equivocó de número, y unos novatos a los que ni dejaban entrar a un banco que encontraron unos apuntes en la recepción.
Todos estos personajes se pasan más de media película (que con más de dos horas de duración se alarga demasiado) comprobando y recomprobando sus sospechas con distintos miembros del establishment financiero. Algunas de estas escenas son realmente interesantes e incluso divertidas, pero como básicamente dan vueltas sobre lo mismo, se vuevlen un tanto repetitivas, en especial porque generalmente están restringidas a ámbitos oficinescos no demasiado atractivos. Cuando el director saca a los personajes a una investigación de campo en barrios abandonados del estado de la Florida, o a una convención en Las Vegas, el asunto funciona mejor y logra más colorido pintoresco, como cuando un banquero descubre que hay hipotecas a nombre de un perro, o que una cabaretera tiene cinco casas con dos o más hipotecas por cada una.
Hay humor negro, pero no todos los chistes -especialmente la insistencia en que los personajes hablen a cámara al estilo de los hermanos Marx- funcionan bien. Christian Bale sobreactúa un poco como el hombre del ojo de vidrio que se pasa escuchando heavy metal encerrado en su oficina, mientras que Brad Pitt hace un muy buen trabajo como el genio de las finanzas asqueado de Wall Street, y Ryan Gosling pone más entusiasmo que nunca como el narrador de la historia. El que se luce y realmente hace la diferencia es un brillante Steve Carell como un banquero psicótico y agresivo que, también, es el que termina dándole un necesario toque dramático al desenlace.
"La gran apuesta" tiene sus momentos, y obviamente cuenta algo más que interesante, pero ni lejos es "El lobo de Wall Street".