Llega la temporada en que Hollywood nos presenta sus películas pensadas “para los premios””. Proyectos que desde su génesis y posterior lobby nacen en las carpetas como firmes candidatos a alzarse con alguna estatuilla dentro de su propio mercado.
Claro que esto significa también, la aparición de títulos con cierta condescendencia moral hacia su ciudadanía. EE.UU. y Hollywood deciden mirarse el ombligo con historias que incluyen críticas amables al racismo, odas al American Way of Life, y la que tal vez sea su peor versión, las supuestas críticas al sistema que esconden detrás una bajada de línea, digamos, permisiva. Lamentablemente, La Gran Apuesta, se encuentra dentro de este último ítem.
Dirigida por el hasta ahora, director y guionista de comedias Adam McKay (conocido por las más famosas películas de Will Ferrel), pareciera pesar más en el resultado, el autor del libro en que se basa, Michael Lewis, hombre detrás de las novelas que dieron pie a Moneyball y Un sueño posible. Habiendo visto ambos films, ya sabemos a qué abstenernos.
Veamos como La Gran Apuesta, respeta la “fórmula ganadora”. Un elenco importante, capaz de incluir figuras populares y/o ganadoras como Christian Bale, Steve Carell, Brad Pitt, Ryan Gosling, y varias apariciones más.
Una historia local, que hable de ellos, mediante un hecho mundialmente trascendental. La cuestión se muestra simple, aunque la realidad no lo es. Estamos en 2005, Estados Unidos vive en una burbuja financiera que pareciera irrompible; todo pareciera marchar sobre rieles; salvo para Michael Burry (Bale, haciendo de Christian Bale otra vez) un gestor de fondos que advierte una grita en el sistema, y decide ir contra la corriente, pese a ser considerado un lunático, e invertir en contra del gran sistema. Pronto, se le unen otros tres hombres “de negocios”, otro gestor Mark Baum, el corredor de bolsa Jared Vennet, y el financista retirado Ben Rickett (Carrel, Gosling, y Pitt, respectivamente).
¿Qué es lo que se nos muestra? Una serie de llamadas telefónicas sobre inversiones financieras inmobiliarias. En la letra escrita pareciera algo aburrido, pero McKay se encarga de alivianar buscando diálogos ágiles, gags con figuras del ambiente, y un juego de palabras sencillas para que se entienda de lo que se habla. ¿Logra su cometido? Parcialmente. El asunto de fondo va a seguir sonando aburrido para quienes se encuentren lejos de las finanzas, pero los momentos efectistas levantan la puntería y hacen que la situación pase más rápido de lo esperable.
Por supuesto, el principal ingrediente para que la fórmula funcione. La Gran Apuesta es un film de personajes, e intérpretes con aparente rienda suelta para lucirse. Los cuatro, presentan diferentes excentricidades remarcadas; excentricidades a las que todos los actores sacan jugo para tener su momento.
McKay, desde la puesta en escena y desde la adaptación de su autoría, pareciera esgrimir una crítica al sistema desde la comicidad. Nos habla de cómo se engañó a la población, y nos muestra, a través de la inocencia de sus cuatro seres, el lado oscuro de ese mundo regido por el dinero y las acciones inmobiliarias. Pero (no tan) en el fondo, estamos frente a un film más similar a los basados en novelas de Lewis, historias de superación, de triunfalismos, de misericordias, y de la imposición del ciudadano individual medio como motor de la economía.
No hablamos de La Gran Apuesta como un mal film; estamos frente a algo correcto, con buenas interpretaciones y el ritmo suficiente para que lo estático de la situación no abrume. Es un ejemplar digno de un tipo de propuestas que nos llegan todos los años por estas fechas. Ni uno mejor, ni uno peor.