Trillones de ladrillos
La especulación es el arma de doble filo que atraviesa el universo de La gran apuesta -2015-, una de las nuevas vedettes de los Globo de Oro (cuatro nominaciones) y garantía del sello oscarizable por su estrategia final a la hora de evaluarla no en términos formales, sino conceptuales.
Thriller entretenido versus la especulación en el mundo financiero con el centro en el ojo de la tormenta, que se despoja del argot financiero para bajarlo al llano y tratar de explicar así la complejidad de un fenómeno -que casi lleva al colapso de la economía mundial y hiere mortalmente al capitalismo- son los elementos que pugnan en el film, el cual cuenta con la dirección de Adam McKay, inspirado en el libro de no ficción homónimo de Michael Lewis, junto a un elenco de estrellas mainstream en plan de película seria.
Así como no existe el crimen perfecto, tampoco existe un sistema sin fallas. Esta sería la primera aproximación para contextualizar la trama: el boom inmobiliario y el fraude con los bonos hipotecarios que dejó como saldo seis millones de desempleados y ocho millones de personas desalojadas durante el 2008 hasta el 2010.
Los actores de esta tragicomedia son varios, pero se pueden reducir a los grupos económicos poderosos que realizan todo tipo de operaciones privadas con los bancos y que franquean la delgada línea legal, claro que con la complicidad de diferentes áreas del poder que hacen la vista gorda para que la burbuja se ensanche a riesgo de que la explosión arroje como resultado una crisis económica mundial irreversible.
Por eso, el film de McKay por un lado adopta el estilo cínico y frívolo, no en lo que hace a la temática per se, sino en la caricaturización de los personajes, arquetipos de antihéroes que apuestan contra el sistema, para que una vez que colapse, llevarse miles de millones a sus expensas. Las explicaciones con el firme propósito de hacerlas comprensibles para la mayor cantidad de público encuentran en el recurso de la analogía o la comparación su mejor arma pero también el riesgo de la frivolidad anteriormente citada.
Para evadir todo tipo de acusación, McKay se despoja del realismo con una puesta en escena consciente de la representación frente a cámara, inclusive cuando algunos personajes interpelan a los espectadores al mismo estilo que Kevin Spacey en la popular serie House Of Cards.
Tratándose de un director encolumnado en lo que se conoce como comedia norteamericana, La gran apuesta sin lugar a dudas genera un desafío extra en el análisis, básicamente por coquetear con una estructura donde la deconstrucción del género prevalece por encima de todo. Sin embargo, la idea no termina por concretarse del todo desde el punto de vista narrativo y resulta extraño el apunte humano en el reino de los hipócritas con un ojo puesto en el Oscar y otro en la propia imagen para pasar desapercibido.
Sin contar con enormes actuaciones en cuanto a la calidad, el reparto cumple su función y logra el equilibrio entre la seriedad, la sobriedad y la dosis de frescura necesaria para que crezca el tono de la no solemnidad sin perder la tensión. Esa característica por momentos confunde al público, pero en definitiva es lo que hace amena la trama, teniendo presente que se trata de exponer todo tipo de estrategias de especulación financiera en un escenario virtual, tanto como los números que se barajan minuto a minuto en un relato ágil, valiente por momentos y conservador por otros.