Se estrena La gran apuesta, dirigida por Adam McKay. Un retrato de las causas que provocaron la crisis económica del 2008 en Estados Unidos, y como se pudo haber evitado.
“Greed is good” – Gordon Gekko
La crisis económica del 2008 dejó a millones de personas desempleadas y sin hogar en los Estados Unidos. Se han filmado numerosos documentales acerca de las causas y consecuencias. Desde Errol Morris hasta Michael Moore. Faltaba algún testimonio ficcionado y La gran apuesta es, en cierta forma, ese material audiovisual que necesitaba la población estadounidense para comprender un poco mejor porque quedaron en la calle.
Básicamente, todo se resume a términos técnicos y números, por lo que es comprensible el poco interés que puede haber de un cierto lugar del público a evitar ver un documental con economistas frente a cámara explicando que es lo que llevó a la bancarrota a numerosos bancos y grupos económicos, por lo que el film de Adam McKay se podría resumir como un librito explicativo for dummies, paso a paso y subestimando la inteligencia del espectador.
Pero lo cierto, es que es tan autoconciente de que el espectador está tan perdido y es tan idiota que el film resulta cínico y simpático, al tiempo que aterrador y realista.
Acá no estamos frente al pequeño empleado público que perdió su puesto de trabajo o el pobre ciudadano que pierde su casa. No, este es el punto de vista de aquellos que apostaron y previnieron la crisis económica, que jugaron contra la especulación bancaria e irónicamente fueron los únicos ganadores.
Basado en el libro de Michael Lewis, La gran apuesta tiene tres puntos de vista. En primer lugar, el de Michael Burry –Christian Bale, nuevamente, un héroe solitario y ermitaño- quién fue el primero en anticipar que la burbuja del negocio inmobiliario explotaría entre el 2007 y el 2008. Su participación es acotada, pero brilla por la inteligencia del personaje, una suerte de Quijote con todo el mundo en contra.
El segundo punto de vista es el de Mark Baum –Steve Eisman en la vida real- interpretado por un Steve Carrell grotesco y caricaturesco. Acaso, el personaje más rico del film, Baum fue el dueño de un pequeño grupo inversionista que creyó la teoría de Burry y también apostó en contra del sistema, y en cierta forma, llevo a la práctica a través de la investigación casa a casa, aquello que para Burry era solo teoría.
El tercer punto es del de dos amigos, Charile Geller y Jamie Shipley -John Magaro y Finn Wittrock, los más sólidos del elenco- que con la ayuda del gurú de la economía, Ben Rickert – o Ben Hockett en la vida real- interpretado por un austero Brad Pitt, también apostaron en contra del negocio inmobiliarion, de manera independiente.
La unión de estos personajes es un miembro del Deustche Bank, Jared Vennett –Ryan Gosling- que funciona como narrador, y posiblemente, sea el único personaje ficticio, fusión de múltiples personajes, incluido Jordan Belfort, el protagonista de El lobo de Wall Street.
Justamente, el film es como una especie de secuela temporal de lo que sucedió en Wall Street post década del 90. Sin embargo, donde la obra de Scorsese se hacía fuerte era en el retrato de un personaje. Acá los protagonistas son solamente vehículos, rostros que tratan de acercar un discurso al espectador: como funciona la especulación bancaria, cómo se podría haber evitado y de que forma los banqueros y millonarios le chupan la sangre a la población. Más o menos, lo que representa el capitalismo salvaje. Son realmente bastante básicos en su concepción.
McKay se aleja de la comedia absurda de films como Anchorman, Talladega Nights y Step Brothers –todas con Will Ferrell- y construye este film coral con estética bastante televisiva y seudodocumental. En cierta forma, se trata de un film de HBO que fue llevado al cine por el impacto de sus “estrellas”. Efectivamente montada, con detalles del diseño sonoro brillantes, La gran apuesta resulta más interesante por su información o relevancia histórica –algo así como los últimos documentales de Pino Solanas- que aún sobreexplicada es difícil de digerir completamente, que por su propuesta cinematográfica. El discurso es prioritario a punto de ser autoconcientemente didáctico. Es un acierto en este sentido apelar a varias personas del ambiente –económico, televisivo y hollywoodense- que le explican a la cámara, quebrando la cuarta pared, el lenguaje de Wall Street –palabras, términos técnicos, etc- de la forma más pedagógica y estúpida posible.
En La gran apuesta puede resultar agotador tanta información y reiteración, pero también es efectivo: la corrupción en la economía es un monstruo mucho más aterrador que cualquiera creado por el arte; es real, nos consume y le damos la mano porque nos vende una sonrisa.