La repetición y la pérdida de la magia original
¿Quién hubiera pensado, hace apenas algunos años, que los más famosos ladrillos de juguete tendrían no una sino varias “adaptaciones” para la pantalla grande? Lego, la casi octogenaria marca registrada de origen danés que nunca dejó de estar de moda, continúa ampliando sus horizontes y, luego de la magnífica La gran aventura Lego y dos spin offs de diverso calibre creativo, acerca una secuela oficial de la película que le dio origen a su propio universo cinematográfico. A las franquicias hay que exprimirlas, podría decir el inefable Señor Negocios, que –nuevamente animado por la voz de Will Ferrell– tiene esta vez muy poco que hacer: apenas aterrizan unos enormes Lego Duplo en el equilibrado mundo de Emmet Brickowski, el hombre de traje se toma el raje a un supuesto partido de golf. ¿Será nuevamente el turno de El Elegido y sus amigos –Estilo Libre, Batman, Ultrakitty et al– de cargarse el desafío sobre los hombros? Una placa informa rápidamente que no: cinco años más tarde, el resultado se asemeja bastante a la tierra distópica de Mad Max, con edificios y locales semiabandonados, un territorio desértico, gatos mutantes y el sálvese quién pueda como regla de supervivencia primordial.
De allí en más, una misión llegada del espacio con un objetivo aparentemente funesto –aunque disfrazado de invitación a una boda– se lleva de sopetón al quinteto de amigos de Emmet, el héroe más inopinado que, como es de prever, deberá arremangarse el mameluco una vez más. Alejados de la dirección, que esta vez le correspondió al especialista Mike Mitchell (Trolls, Shrek para siempre), la dupla integrada por Phil Lord y Christopher Miller intenta desde el guion superar –o al menos empardar– la originalidad y capacidad de generar sorpresa y diversión del film seminal. Pero una parte de la magia se ha perdido y La gran aventura Lego 2 nunca logra alcanzar esas cotas, a pesar de (o justamente a causa de) su constante apelación a la acumulación de adrenalina y gags, muchos de estos últimos dirigidos a la platea adulta, a partir de mil y una referencias culturales. Por supuesto, varios de ellos funcionan muy bien, pero la enésima repetición del chiste recurrente dedicado a Bruce Willis y el regreso del gag de la caída (aunque con otro personaje, aún más torpe que el protagonista) terminan agotando la posibilidad de la sonrisa.
La enorme calidad técnica de la animación –que, nuevamente, apuesta a la escasa posibilidad de movimientos de los bloques de construcción–, y el talento para crear un universo multicolor y atractivo siguen presentes, pero el efecto sorpresa del Hombre de Arriba y su hijo se ha perdido y la apelación a un nuevo personaje humano (una hermana menor), y sus disputas por el uso y abuso de los ladrillos, nunca logra encastrar del todo en la narración. Lo que va sedimentando a lo largo de la proyección es una sensación de repetición, de escenas similares apiladas con astucia pero escasa imaginación, atravesadas a su vez por una serie de números musicales no del todo agraciados. Pero si bien no todo es increíble en la segunda parte de La gran aventura Lego, al menos la historia no termina de caer en la moralina del amor entre hermanos y el valor de crecer sin traicionar al niño que todo el mundo lleva dentro. Aunque... por muy poquito.