Si algo no se le puede negar a los daneses dueños de una de las marcas de juguetes más populares del mundo es su capacidad de reinventarse. Según Wikipedia (fuente de información de brocha gorda) primero fabricaban muebles de madera estilizados, luego los hicieron más chicos en la época de la depresión, y finalmente se achicaron del todo: juguetes. Nace la marca LEGO (un juego de palabras danesas que significa “jugar bien”. Eran de madera en la época de la post guerra, cuando no había un mango. Bloquecitos de madera primero, de plástico más adelante, hasta que, a fines de la década del ’50, les incorporaron el sistema de encastre para que las creaciones de cada niño quedasen fijas.
Millones de dólares y euros después, ya en nuestros días, la expansión llegó al mundo audiovisual. Los ladrillitos cobraron vida en “La gran aventura de Lego” (2014) dentro de un guión que se las ingeniaba muy bien para evitar el mote de “autobombo”. Lo hacía a partir de tres o cuatro secuencias muy sutiles en las cuales quedaba claro que toda esta animación que veíamos partía de la imaginación de un niño cuyo padre, fanático de la marca, melómano y muy celoso de las mega construcciones que componía en el sótano, ponía el grito en el cielo si el chico se acercaba a las maquetas.
Tan astuto era el argumento que traspasaba la frontera del mundo animado y osaba jugar a la psicología de manual, al mostrar como el chico proyectaba en los personajes algunas de sus frustraciones. Así, el malvado Sr Negocios (voz de Will Ferrell, doblado por Ricardo Tejedo) no era otro que el papá, impidiendo que se rompan las estructuras armadas (o sea que los juguetes no se usen para jugar), mientras que su contraparte era, y es, Emmett (voz de Chris Pratt, doblado por José Antonio Macías), un trabajador de la construcción siempre alegre con el optimismo a flor de piel, alter ego del hijo, Finn (Jadon Sand), quien andaba frustrado por no poder compartir tiempo para jugar con su padre. Era una suerte de ruptura de la cuarta pared que resignificaba buena parte del texto cinematográfico.
La película ganó mucha plata, así que tanto para TV como para cine se multiplicaron cual conejos, y ahora andan los títulos desparramados por ahí como los propios ladrillitos cuando los chicos terminan de jugar. Desde el afiche original se intuye que esta vez han ido por el camino menos conveniente porque se llama “La gran aventura de Lego 2: La segunda parte, y aunque la redundancia de “La segunda parte” pretenda ser un gag (al contar ya con el número 2 en el título) provoca la reacción inversa, además de resultar un presagio de lo inevitable.
Dos decisiones en el guión de Phil Lord, Christopher Miller y Matthew Fogel y en la dirección de Mike Mitchell conspiran contra todo lo bueno hecho en su antecesora: La exacerbación desproporcionada del ejercicio de la autoconciencia y la ruptura del acto ficticio desde el arranque, esa “cuarta pared” de la cual hablábamos más arriba.
Unos años después de que “todo sea sorprendente” (estribillo de la canción leit motive nominada al Oscar allá por 2015), lejos de serlo se ha convertido en una suerte de escenario post apocalíptico a lo Mad Max que cada tanto es invadido por “soldados” de la Reina SoyloqueQuieraSer (voz de Tiffany Haddish doblada por Laura Torres) para llevarse cosas o personajes. Emmett, entonces deberá juntar valor para ir en busca de sus amigos prisioneros. Es que en el plano real el sótano fue “invadido” por Bianca (Brookynn Prince), la hermana de Finn, que se lleva los chiches a su habitación y por ende el juego (o el armado del mismo) se volvió caóticamente organizado. Claro, el conflicto (de alguna manera hay que llamarlo) es que los hermanos tienen distinta manera de jugar con los mismos juguetes, y esto supone una tremenda discordia entre los universos que ambos niños plantean (el cuarto de ella y el sótano donde arma él), discordia que “sufren” los personajes en su versión animada.
Esto lo entendemos porque cada tanto el guión salta a la dimensión real para explicarlo. Subestima la inteligencia de los espectadores (grandes y chicos) a los cuales les abre estas “ventanas” durante unos segundos solamente para no perder continuidad con la aventura que viven los personajes. De alguna manera, “La gran aventura Lego 2” comete el pecado de mostrar el truco. Revela que la fantasía no es tal, quitándole su valor intrínseco. De esta forma, o sea pensada desde el punto de vista de los LEGO ya instalados en lugar de hacerlo desde la subjetividad del ser humano que juega con ellos, como punto de partida para contar las situaciones, el producto final pierde su poder de generar interés emocional.
Desde la realización integral el prodigio técnico es innegable, la animación conserva esa esencia cúbica y recortada que hace de la poca flexibilidad de los Lego una suerte de artilugio titiritero. También el diseño sonoro se destaca, gracias al cual los juguetes tienen su universo propio. Un par de canciones pegadizas, en especial la de los créditos, voces talentosas, tres o cuatro gags que funcionan al principio hasta que las risas se van apagando, y no mucho más. Un producto que, de seguir por esta vía, tiene una parada segura en la estación del aburrimiento.