Todo no es increíble
Esa frase, esa contraparte oscura de aquella alegre cancioncita con la que se establecía el tono de su original, es también resumen de lo que se ha convertido su secuela. Porque lo increíble de esa original es ahora lo ordinario, lo común si se quiere.
Es una secuela que no lo tiene fácil. Tiene que lidiar con un universo preestablecido, y ni siquiera agregarle el contexto de un apocalipsis en el mundo de los Legos y acentuar la comedia en el mundo de carne y hueso consigue tapar las aburridas escenas de acción y las soporíferas escenas explicativas que van entre las mismas. “Mostrame, no me cuentes”, esa lección que la original -más allá de las opiniones sobre su calidad- había aprendido y muy bien.
No obstante, el mayor problema a señalar en el desarrollo narrativo de La Gran Aventura Lego 2 es la postura que adoptan sobre su tema. Uno podría decir que se trata de los límites del cinismo, que buscarle la vuelta negativa a todo es tan negativo como hacer de cuenta que todo está bien, y el rol decisivo que tiene dicho cinismo en la madurez humana. La película elige dirigir este punto a través de una discusión entre hermanos que tiene su reflejo (y, ya que estamos, su prioridad narrativa) en el mundo de los Legos. Esa alternancia entre mundos, que anteriormente era una sorpresa y hoy es un conocimiento inmediato, contribuye a la confusión en su mensaje. ¿El cinismo está bien? ¿Está mal? Esto dicho con la seguridad de que el tratamiento en absolutos de dichos valores predominan en el cine de animación (por lo menos el mainstream) desde siempre.
Como si por separadas la confusión temática y la endeble dinámica narrativa no fueran suficientes puntos en contra, su combinación no produce mejores resultados. La resolución del film se siente forzada más que sentida, existente por definición más que por sentimiento o por camino recorrido. Falta ese alivio por ver a los protagonistas vencer y aprender. O sea, un final y basta. Cuando eso pasa, el problema está en el camino más que en el destino final.