Juguetes del destino
Así como en los últimos años los Transformers y Batalla Naval tuvieron sus propias películas, ahora es el turno de los Legos, los ladrillos de plástico para jugar a construir. Mientras los primeros son juguetes que representan robots aliens que pelean entre sí y el segundo es un juego de mesa que consiste en hundirle el barco al oponente (y en la pantalla grande también se las ingeniaron para incluir a extraterrestres), los Legos son los menos beligerantes: después de todo, son unos muñequitos amarillos y un conjunto de bloques cuya razón de ser es construir otras cosas, no destruirlas. De ahí la gran incógnita sobre qué irían a hacer Phil Lord y Chris Miller (Lluvia de Hamburguesas, Comando especial) con el guión y la dirección de La Gran Aventura Lego. Sin embargo, la dupla respondió a todas las expectativas y siguen demostrando ser uno de los dúos más creativos en el Hollywood actual.
Por suerte, Miller y Lord tienen en claro que la dialéctica destrucción-construcción no es necesariamente una oposición y que es la base misma de la narración como la conocemos. Siempre hay un orden que se destruye para que los protagonistas lo restituyan o construyan uno nuevo (generalmente, para mejor). En el caso de La Gran Aventura Lego, el Orden es con O mayúscula, en un universo de Legos separados por mundos temáticos (los piratas, los espaciales y así con todas las franquicias del juego) dirigidos por el Presidente Negocios (Will Ferrell en la voz original), quien es tan intolerante del caos que planea inmovilizar a cada uno de sus habitantes con pegamento ante la amenaza de un grupo de resistencia compuesto por maestros constructores, quienes pueden construir a su propio gusto y no siguiendo las instrucciones como el resto de la población.
Entra en escena el obrero constructor Emmett (que en la versión original tiene la voz de Chris Pratt, esa hermosa bestia cómica rubia que pronto protagonizará Guardianes de la Galaxia) y, con él, el tópico del “elegido”, recurrente en las películas distópicas pero atravesado por el tropo de “confusión de identidades” tan común en las comedias. Es que Emmett es uno de esos simples ciudadanos de la ciudad Lego, inmovilizado metafóricamente (bueno, metáfora dentro de los parámetros del mainstream americano, seamos piadosos) por una industria cultural de medios que mantienen a los habitantes pasivos para con su destino, hasta que encuentra la Pieza de resistencia que lo designa como el elegido para liberar a los Legos y es reclutado por los maestros constructores, comandados por Vitruvius, Estilo libre (el interés amoroso de Emmett) y Batman-lego. La premisa es una Matrix pasada por plástico amarillo (y aún así el protagonista tiene más expresión facial que Keanu Reeves) en la que subyace la idea de una revolución desde el pueblo (siempre iluminados por una pequeña vanguardia que los concientiza sobre su alienación) pero cruzada por ese principio tan del capitalismo americano de que todos en el fondo somos especiales y que, si nos lo proponemos, podemos.
En La Gran Aventura Lego, los chistes (el gran consuelo para los adultos acompañantes de niños a las salas y la principal atracción y justificación para los que vamos children-free) se suceden con timing casi sin dar respiro; como la presentación del resto de los personajes, que van desde Superman acosado por Linterna Verde a Donatello el pintor, Donatello la tortuga ninja, la Mujer Maravilla, Han Solo, Lando y Chewbacca. En la versión original, las voces estuvieron a cargo de gente como Charlie Day (Benny el astronauta de los ’80), Nick Offerman (el pirata Barba Metálica), Morgan Freeman (Vitruvius), Will Arnett (Batman), Elizabeth Banks (Estilo libre) y hasta Liam Neeson, quien hace del esquizofrénico Policía Bueno/Policía Malo que bajo las órdenes del Presidente Negocios persigue a los protagonistas. Lamentablemente, acá sólo se estrena la versión doblada al “español latino”, por lo que nos llegan chistes y voces tamizadas por supuestos reduccionistas del mercado de homogeneizar a su audiencia y bajar costos, sin brindar la opción del subtitulado.
Afortunadamente, la dupla Lord y Miller entienden mejor a su público y sus capacidades intelectuales, y como ya lo habían demostrado en Lluvia de Hamburguesas, se preocupan por presentar un producto donde la animación no sólo es proeza técnica si no un medio para jugar.
En La Gran Aventura Lego se dan el gusto de articular a los personajes con movimientos estructurados y toscos como los Legos originales y de incluir secuencias neo-psicodélicas más cercanas a la mente de un soldado de Vietnam pasado de LSD que a las zonceras mal alimentadas por la cultura pop que suelen ser muchas de las animaciones para chicos.
Las referencias de los directores y guionistas son muchas y bien utilizadas, como la de una vuelta de tuerca en la historia hacia el final del film, que lo acercan a cierta corriente en los ’70 y ’80 que mezclaba animación con acción en vivo y, sobre todo, a la noción de “película para la familia”. Este giro, que no voy a spoilear pero es muy importante así que lo llamaré LA GRAN VUELTA DE TUERCA, le quita agencia de decisión a los personajes. Pero por otro lado, resignifica gran parte de La gran aventura Lego, sobretodo cierta violencia expresada en grandes explosiones y Legos que salen volando por los aires.
Lo que Lord y Miller mantienen como constante y lo que convierte a la película en una “gran” aventura, es la diversión. Y recordarnos que, después de todo, es sólo un juego.