Si querés reir... Llorá
La Gran Fiesta de Coco es un compendio de buenas intenciones que se fuerzan por resultar graciosas queriendo ganar por insistencia, lo cual doblemente empeora el resultado final de un film inconsistente por donde se lo mire.
Con un humor intermitente, el film delinea el prototipo del nuevo rico, ese que está lleno de dinero y lo hace saber, y no se guarda nada, por el contrario lo gasta sin medias tintas, incluso si su propósito es sobornar a las altas esferas del poder.
Coco, interpretado por Gad Elmaleh, es un inmigrante en sus entrados 40 años, padre y esposo devoto, un ejemplo perfecto del éxito profesional y logro social, potenciados por un reciente descubrimiento que le proporciona fama. Obsesionado con el muy próximo Bar Mitzvah de su hijo, fiesta que planea hasta el más mínimo detalle como una meta personal alejándose, paradójicamente, de su familia y amigos.
Así, falto de ironía y orginiladad, la burla se convierte en simpatía y complicidad con un personaje al que el film se alió para compartir sus aventuras, con lo cual se desvirtúa una posible critica social hacia su actitud. Esta tendencia no hace más que tornar superfluo su transitar en el film, paralelo a su existencia y la de los que lo rodean, enmarcados en las cercanías de la Torre Eiffell y vestidos por prendas de Christian Dior.
Convencional y previsible, el desenlace del film es tan frívolo como la historia en sí, que se permite pocos pasajes genuinamente emotivos. El multifacético actor, productor, guionista y director Gad Elmaleh, es un Roberto Benigni a la francesa, sin el carisma para la comedia de éste, pero con chispas de talento y gracia que tienden hacia lo histriónico e hilarante a tono con el perfil excéntrico de su personaje, que coquetea con el desquicio.
Quizás el film es un parámetro injusto con el que Elmaleh se dará a conocer a lo largo del mundo cinematográfico, ya que como espejo no mostrará en su esplendor la verdadera capacidad de uno de los estandartes de la stand up comedy europea más destacados.
El mayor pecado del film es no encontrar su identidad. Es una comedia dramática que no se decide en ningún momento qué lugar de la balanza inclinar, ni encuentra comodidad siendo comedia, ni encuentra la agudeza necesaria a la hora de ser un drama que habla sobre la familia, la amistad y los valores. Por momentos, su falta de empeño a la hora de hilar la historia y resultar al menos creíble en la risa o en la emoción es notoria, o más bien, preocupante por un film que parece deambular sin rumbo. Lejos de la tradición del mejor cine francés.