Cultura milenaria y alienígenas
Alejado del preciosismo y la mirada crítica, el chino Zhang Yimou propone un film intrascendente, de ribetes bélicos.
La decepción es grande, aunque inevitable. Se trata del director chino Zhang Yimou, el responsable de Sorgo rojo y Esposas y concubinas. También el artesano magistral de la trilogía que componen Héroe, La casa de las dagas voladoras y La maldición de la flor dorada. Un artesano capaz de un cuidado formal meticuloso, al que es un placer apreciar.
Pero también se trata de una coproducción fastuosa entre China y Estados Unidos, merced a la veta comercial que Hollywood ha encontrado en ese país. De esta manera, La gran muralla surge como combustión mercantil entre dos miradas, calculada, sin escrúpulos para encontrar el guión que mejor les satisfaga. Si para esto es necesario subsumir la cultura milenaria china a la retórica de una invasión alienígena, no hay problema.
Por eso, que Zhang Yimou sea la mano que organiza el film, apena. No se trata de prejuicio, sino de confirmación ante lo visto. La gran muralla es un bodrio legendario, alejado del detallismo de su director, dedicado ahora a catapultar la colaboración cinematográfica entre ambos países; al respecto, es suficiente el inicio del film, evidentemente "western". En esta relación, lo que surge es una combustión ideológica que deja aflorar lo peor, tapa cualquier mirada artística, y prepara para lo que ya es una certeza: más cine lamentable.
De acuerdo con el argumento, una de las razones que justifican la gran muralla son las embestidas de una raza extraterrestre, que martiriza al pueblo chino cada sesenta años. En medio del asunto cae una dupla mercenaria, compuesta por William y Tovar (Matt Damon y Pedro Pascal), americano y latino, réplica que reitera el lugar común, con Tovar como el ladronzuelo inevitable. William, por su parte, es quien habrá de replantear sus propósitos. Los dos llegan a China con el afán puesto en la búsqueda de la denominada "pólvora". Pero los sorprende un despliegue bélico fastuoso, con el fin de repeler una manada de monstruos sanguinarios. Entre William y la General LinMae (TianJing) surgirá de a poco la admiración, con ribetes de un romanticismo duro, prestos a colaborar para repeler al invasor.
Ahora bien, cuando el ataque alienígena descubra sus facciones monstruosas, uno de los mercenarios dirá: "¿Qué dios pudo crear algo semejante?". En cuatro patas, horribles, bestiales, sumisos a la voluntad de una reina hambrienta. Actúan en masa, sin individualidad. No existe entre ellos nada que les distinga entre sí. Combaten al enemigo sin pensar en la vida propia. Es por eso que una entidad semejante, sin subjetividad discernible, poco importa. Se les puede matar a antojo.
La cuestión es encontrar el ardid que finalmente los liquide, ya que no hay diálogo posible con semejante "dios". Dada la figura del monstruo como alegoría, acá no hacen falta sutilezas. Identificado éste como el mal, venido del más allá, dispuesto a barrer con la civilización, habrá entonces que usar la pólvora para que cobren vida las explosiones, con fuegos dibujados como nunca se vio, porque si no se les para a tiempo, el futuro del mundo es el que estará en peligro.
Cuando se arriba a este punto, la dignidad cinematográfica toca un límite. Tal cuestión es aplicable a cualquier realizador, desde ya, pero acá todavía es más doloroso, porque Yimou es un gran director, alguien que sabe muy bien lo que hace. Es coherente, en este sentido, que la película considerada más cara en la historia del cine chino, tenga de manera correspondiente un alma tan poco cinematográfica. Algo que se trasluce, por ejemplo, en la reiteración que el film permite entre sus montañas de alienígenas ‑que escalan sobre sus propios cuerpos para alcanzar grandes alturas‑ y las que de igual manera sucedían, pero con zombies, en Guerra Mundial Z. No es casual, en el guión de ambas está Max Brooks. Por otro lado, ni siquiera la participación del gran Andy Lau ‑ya presente en La casa de las dagas voladoras‑, agrega estímulo.
Además, La gran muralla estuvo a punto de ser dirigida por el mediocre Edward Zwick (El último samurai, Jack Racher: Sin regreso), tan atento a la mirada bélica y reaccionaria. En sus manos está claro que la película hubiese sido peor, pero al menos habría permitido mantener indemne el cine de Yimou, acá obediente a un guión donde figura, entre otros, la mano del propio Zwick.