Las producciones del director chino Zhang Yimou, pese a contar historias mucho más cercanas al folclore asiático que al occidental, tenían la característica de lograr seducir a ambos públicos con sus toques hollywoodenses y su temática prevalecientemente oriental. La gran muralla inclina la balanza hacia el lado occidental casi por completo. Las mayores virtudes notorias en las anteriores cintas de Yimou parecen haber sido borradas de un plumazo quedando a merced del poder económico de Hollywood y su necesidad de vender entradas a lo ancho y alto del mundo entero.
A excepción de algunas escenas grabadas con destreza (planos aéreos con grúas y un colorido diseño de producción), el exceso de postproducción nos lleva a poder imaginar a los actores realizando sus acrobacias sobre pantallas verdes. Si bien los efectos digitales están a la altura de la magnitud del proyecto, su uso recurrente desnuda las carencias del guión cuya simpleza alcanza a mantenernos entretenidos durante las casi dos horas de metraje, pero una vez que se vuelven a prender la luces de la sala cualquier sonrisa se borra para dar lugar a una enorme sensación de vacío. Zhang Yimou nos tiene acostumbrados a semejantes espectáculos visuales que suelen estar acompañados por al menos una historia que vale la pena seguir. Esta vez no es el caso.
La gran muralla es en general un producto meramente comercial despojado de cualquier pretensión artística que seguramente tanto Matt Damon como el director obviaran recordar en sus vastas filmografías cuando hagan una retrospectiva sobre las mismas.