Marco Polo no la contó.
El lejano oriente cautivó la curiosidad de los occidentales desde que llegaron las primeras noticias de la existencia de culturas diferentes a las propias, contadas con fantásticas historias agrandadas por la distancia. Hasta hoy sobrevive una de las obras de ingeniería más grandes construidas por la humanidad, La Gran Muralla China, que a lo largo de siglos protegió al imperio de sus enemigos. Para el cosmopolita grupo de mercenarios que llega hasta ella sobreviviendo apenas al ataque de una tribu nómada en el medio del desierto, el incentivo para aventurarse a un viaje de seis meses a lo desconocido fueron los relatos de un arma capaz de matar a una docena de enemigos con una potente explosión. Calculan que si logran ser los primeros en llevar la pólvora a los campos de batalla europeos, podrán ganar una fortuna, pero no cuentan con dos factores importantes: Primero que los chinos no están dispuestos a compartir tan fácilmente el secreto de su fabricación. Y segundo, que su llegada coincide exactamente con el regreso de una letal horda de monstruos que, cada sesenta años, asedia la gran muralla, esperando eventualmente poder alimentarse de los millones de habitantes de la capital del imperio y así multiplicarse por el resto del mundo. Los dos mercenarios sobrevivientes deberán decidir entonces si aprovechar el caos de la invasión para robar la pólvora y escapar de regreso a Europa, o participar de la defensa de la muralla junto al imponente ejército de la Orden Sin Nombre.
Matt también tiene que comer.
Los últimos años escuchamos muchas veces sobre los intentos de los estudios hollywoodenses por desembarcar en el enorme mercado chino, pero La Gran Muralla parece ser justamente lo contrario: una película especialmente diseñada para acercar el tradicional cine de industria chino a las pantallas occidentales, con un producto que, si bien diluidos, mantiene muchos de sus rasgos estéticos y narrativos pero agregando un par de nombres conocidos que hicieran viable su estreno de este lado del mundo.
El director Yimou Zhang ya tuvo hace algunos años una moderada repercusión en occidente con Héroe, La casa de las dagas voladoras y La maldición de la flor dorada, difundiendo ese particular estilo que mezcla el género histórico con el fantástico y las artes marciales, usualmente con una propuesta visual que no teme alejarse del realismo con tal de agregar belleza a cada plano.
Si bien La Gran Muralla mantiene mucho de ese atractivo visual, con batallas épicas y coreografías casi de ballet, la trama carece del contenido dramático que supieron tener otras de sus obras y termina achatándose con giros bastante gastados del cine de acción y aventuras que estamos más acostumbrados a ver.
Eso significa nada de espadachines caminado en puntas de pie por las copas de los árboles, pero bastante de chicos blancos cambiando de vida, para salvar de un día para otro a los que pasaron su existencia preparándose para la gran batalla. Esto da como resultado una película que entretiene, pero que termina lejos de los trabajos mas recordados tanto del director como del su protagonista.
Conclusión:
La Gran Muralla es una entretenida película de acción, con muchos rasgos estándar del cine épico chino algo diluidos para hacerla mas accesible al público occidental, quedando en un punto intermedio. Aceptable pero nada memorable.