EL REMEDIO DE LA AVENTURA
Otrora autor cinematográfico reconocido en festivales como Cannes o Berlín por dramas con ribetes sociales como Sorgo rojo, Esposa y concubinas o Qiu Ju, una mujer china, a comienzo de este siglo Zhang Yimou hizo un quiebre en su carrera y a partir de películas como Héroe o La casa de las dagas voladoras se convirtió en un director de grandes, enormes espectáculos. Eran films que abusaban un poco de la hiperbólica exposición de guiños culturales de su país a la vez que se sostenían en una estética demasiado estilizada del wuxia (pero que lograban seducir a un público que no se acercaría al cine de acción de otro modo), aunque no dejaban de mostrar a un realizador preocupado por el camino que atravesaba su propia obra y tal vez un poco aburrido de la comodidad que exhibía su filmografía hasta el momento. Lo discutible, en todo caso, era lo impersonal de esos relatos, más preocupados en un público internacional que se acercaba al cine chino como quien lee un manual de instrucciones. La carrera posterior de Yimou evidenció que lo que se había apoderado de su obra era la confusión: el regreso a relatos más personales se vio lastrado por un aspecto lustroso que ya no era el de los orígenes. No cuestionamos aquí un crecimiento en el uso de las herramientas audiovisuales, si no que ese crecimiento sea superficial y basado en el gigantismo del diseño de producción.
El estreno de La gran muralla resume todo esto, aunque hay algunas salvedades. Si bien Yimou deja en claro en determinados momentos que estamos ante un poeta de la imagen (sin darse cuenta que eso ralentiza el movimiento que el film propone), lo cierto es que esta película es más heredera de la aventura que las mencionadas anteriormente. Es decir: hay personajes con emociones que se ponen en juego en la acción, una sucesión de batallas y peleas que logran climas por fuera del artificio, y fundamentalmente -y gracias a esas criaturas horrendas que se enfrentan con nuestros héroes- una suciedad, un desaliño carnívoro que se contrapone fuertemente a la pulcritud solemne de películas como Héroe.
En La gran muralla tenemos a Matt Damon y Pedro Pascal como dos mercenarios que andan por ahí buscando pólvora para comerciar, y que en plena huida terminan refugiados en la Muralla China, y obligados a tomar partido en un conflicto que les resulta sumamente ajeno: el que mantienen los humanos con los tao tei, unos bichos que han desarrollado una inteligencia notable y que se presentan como una enorme amenaza, sólo contenida por el mencionado murallón. La película se presenta, entonces, como un western en la China del Siglo XV: tenemos los forasteros, tenemos el espacio a defender de esa presencia externa y los tiempos muertos entre ataque y ataque que sirven para delinear conflictos internos. Plantada en casi un único espacio, la película aprovecha la tensión constante para definir el camino de los protagonistas, que atravesarán el arco dramático clásico del anti-héroe.
Aún en la confusión en el tono que propone la película (a veces surge el humor de la aventura occidental, a veces la solemnidad de la tragedia oriental, pero todo en cuentagotas y sin hacer sistema), Yimou construye un relato tradicional que se piensa primero desde el movimiento, y luego desde lo estético (aunque cuando lo hace surgen momentos muy bellos como esa luz colorida teñida por los vitrales al final). Ese es su gran acierto y el que permite que La gran muralla se vea sin problemas y hasta con algo de placer, más allá de sus problemas: hay secundarios que no funcionan o están puestos claramente para generar los giros del guión (el personaje de Willem Dafoe, por ejemplo), técnicamente se observan inconvenientes en el uso de los efectos especiales que quiebran el verosímil propuesto, y a la película le falta algo de complejidad más allá de lo trivial de los conflictos en juego. En todo caso estamos ante una propuesta que recupera el espíritu más chapucero de las viejas historias de aventuras, aquellos seriales que se construían con materiales tan impuros como disfrutables. Y si algo no funciona, la economía de recursos del gran Matt Damon (cada vez más clásico y más sólido intérpretes) sirve para unir las diversas influencias sobre las que Yimou teje esta historia de especulación histórica.