Baier toma el conflicto al que se ven sometidos sus personajes y lo vuelve el nudo de su película. Como ellos, que deben informar hechos trascendentes en un tono amable y divertido, Baier podría estar preguntándose: ¿cómo filmar la efervescencia política de los setenta sin hacer otra denuncia grandilocuente que venga a engrosar el catálogo del cine mal llamado político? ¿No se podrá, en cambio, hablar de la época desde algunos puntos estratégicos de la historia del cine, como la comedia screwball, la buddy movie o el musical, y enhebrarlos todos mediante una puesta en escena amigable y colorida, que se engolosine con tonos pastel antes que con las paletas apagadas y grises de las películas “políticas”?