La Historia como farsa
En Portugal, los periodistas suizos de La gran noticia se tropiezan por casualidad con la Revolución de los Claveles, que pone fin a la dictadura salazarista, lo que cambia no sólo sus objetivos profesionales sino también sus vidas.
Así como en los años ’70 sorprendió en la apacible Suiza la aparición del contestatario Groupe 5, integrado por los mayores nombres del cine helvético de aquel momento, como Alain Tanner, Claude Goretta, Michel Soutter, Yves Yersin y Jean-Louis Roy, la continuación de aquel movimiento parece encontrarse ahora en Bande à part, el grupo que integran Ursula Meier, Lionel Baier, Jean-Stéphane Bron y Frédéric Mermoud. Nacido como un colectivo en 2009 y ahora ya establecido como casa de producción, Bande à part (nombre que remite al famoso film homónimo de Jean-Luc Godard de 1964, sobre un grupo de ladrones aficionados) tuvo su eclosión en los dos últimos años, primero con La hermana, de Meier, Oso de Plata - Premio Especial del Jurado en la Berlinale 2012, y luego con La gran noticia, la comedia satírica de Lionel Baier que hizo las delicias del Festival de Locarno 2013 con sus dosis equivalentes de ligereza de tono y vitriolo político. Ambientada en abril de 1974, la película de Baier (que estuvo en el Bafici 2009 presentando un foco sobre su obra y volvió en abril pasado al festival porteño) reúne a tres periodistas de la Radio Suiza, a cual más diferente del otro: una cronista en ascenso, de declamado feminismo militante (Valérie Donzelli, a su vez también cineasta, directora de Declaración de vida, de reciente estreno porteño), un experimentado pero decadente corresponsal extranjero (Michel Vuillermoz, actor fetiche del último Alain Resnais) y un hosco ingeniero de sonido (Patrick Lapp, un comediante que no tiene nada que envidiarles a sus colegas más conocidos). Trepados a una típica combi Volkswagen convertida en estudio ambulante, tienen como misión relevar la hipotética ayuda helvética en Portugal, prácticamente inexistente pese a la propaganda oficial suiza. Pero, casi sin darse cuenta, se tropiezan con la Revolución de los Claveles, que en ese momento está acabando con la dictadura salazarista, lo que cambia no sólo su objetivo periodístico, sino también sus vidas.
Si hay algo que no puede negarse a La gran noticia es su frescura de tono. Todo es leve, ligero en el film de Baier, incluso los momentos más dramáticos, como si el director suizo hubiera querido seguir las huellas del maestro Ernst Lubitsch, que en plena Segunda Guerra Mundial fue capaz de hacer una comedia (Ser o no ser) para reírse de los secuaces del Führer en las narices del nazismo. Aquí, la Gran Historia con mayúsculas asoma primero como una brisa por las ventanillas de esa atestada combi que sirve a la vez de estudio y casa rodante, para luego arrasar –con la fuerza de un vendaval– con los sentimientos y maneras de ser de esos suizos un tanto rígidos, sorprendidos por el espíritu libertario de una revolución mediterránea.
Tanto que la película también cambia con ellos, al punto de que se convierte de pronto en un insólito musical, donde todos cantan y bailan por las calles y la música pasa del melancólico fado a las más conocidas melodías de George Gershwin. La cuidada dirección artística también aporta al conjunto, releyendo el espíritu de época no desde el rigor académico sino desde un artificio irónicamente retro, como si Baier (un poco también como el último Resnais, de ahí quizás la presencia de Vuillermoz) quisiera acentuar el carácter deliberadamente ilusorio, ficcional de un film anclado en acontecimientos históricos. Es esa libertad, ese desparpajo lo que finalmente prevalece en La gran noticia, una película quizás desigual, con algunos momentos más logrados que otros, pero siempre alegre, enérgica, esencialmente vital.