De la comicidad de una situación deviene el absurdo y del mismo la carcajada. La risa entonces no es la resultante de un portentoso y efímero golpe de efecto sino que recurre a una cuidada construcción, acicalando los resortes de ese inicial desconcierto que culmina en la irracionalidad. Inevitablemente condenada a ser la hermana menor de los géneros cinematográficos, a la pléyade de realizadores talentosos que incursionaron en la comedia quizá les quede el íntimo consuelo de saber que cuesta tanto (o a veces más), hacer reír que llorar.
Probablemente eso pensó el notable director suizo Lionel Baier al concretar La gran noticia, una comedia ambientada en un marco tan poco proclive a la simpatía como la dictadura salazarista en Portugal. La consigue con la historia de tres reporteros enviados a ese país por Radio Suiza para generar positivos informes periodísticos sobre la colaboración brindada por su gobierno con planes de desarrollo a favor de la dictadura. Pero, al llegar, los suizos descubren que es muy difícil brindar buenas nuevas ante tanto atraso y corrupción, y casi por accidente se topan con la gran noticia: tiene lugar una revolución, nada menos que la Revolución de los Claveles, que abrió el camino para la democracia en Portugal, hace cuarenta años, un 25 de abril de 1974.
Ante ese insospechado escenario se encuentran Julie (Valérie Donzelli), una radical militante feminista; Cauvin (Vuillermoz), un tan veterano como decadente periodista; y Bob (Lapp), el estructurado técnico que también es chofer del viaje y un poco un hombre orquesta. A ellos, cuando las barreras idiomáticas sean tan complejas como las fronteras geográficas, se les sumará Pelé, un adolescente que aprendió francés viendo el cine de Marcel Pagnol.
En el director de La mujer del panadero, Baier encontrará una referencia explícita que acompañará de citas a otros grandes (como el personaje de Bob con características del célebre Hulot de Tati, o una revolución al ritmo de un coreográfico musical al mejor estilo Jacques Demy). Pero, sobre todo, cuando buena parte de la comedia contemporánea pareciera descansar en las obsesiones individuales y en el humor de trazo grueso, aquí se exacerba el espíritu del desparpajo colectivo y de la sutil ironía que permite caracterizar la libertad de una época con sus componentes tanto políticos como de liberación sexual.
Sobre el final, Baier reactualiza toda esa lejana y rocambolesca historia para permitirnos reconocer que una comedia, aunque no sea perfecta, puede ser tan inteligente como el más celebrado de los dramas, pero mirado con una sonrisa.